Por Kelvis Edgardo Escorcia Morales
“El rico comete injusticia, y encima presume; el pobre sufre una injusticia, y aún debe excusarse”, Eclesiástico 13:3
Una bomba de tiempo, eso era el camión cisterna que explotó en cercanías del corregimiento Tasajera en el municipio de Puebloviejo, Magdalena y que cobró la vida de varias persona dejando a otras gravemente heridas.
Según declaraciones del conductor del vehículo volcado, quien salió bien librado del accidente, el infortunio se produjo luego de que perdiera el control del carro tanque en su intento por esquivar a un animal que repentinamente se cruzó en la carretera. El hombre narra que los policías llegaron al lugar e intentaron apartar a la gente bajo el aviso de tratarse de una carga de combustible, sin embargo no hicieron caso y la necedad pasó factura.
Unos llegaron con pimpinas para llevarse el líquido inflamable y otros quisieron robar piezas sin medir consecuencias, entre esas la batería que provocaría el estallido. Las imágenes que se hicieron virales son desgarradoras, las llamas consumieron los cuerpos, la tragedia sacó a la luz un pueblo olvidado en la miseria (una visibilidad nacional seguramente con fecha de caducidad) y también están quienes los mal recuerdan señalándolos de ser amantes de lo ajeno.
Y es que casi con la misma rapidez con que se propagó la nube negra de humo sobre el kilómetro 48 de Tasajera, también viajaron las primeras fotografías y vídeos de la catástrofe. ¿Cómo reaccionar, a las 10:20 de la mañana, a una foto que llega a tu celular en la que se muestra cráneo y parte de unos huesos que se cubren entre cenizas, bajo la descripción de “como quedó por ir a robar gasolina”?
Pasar y ver hombres que van desnudos con la piel quemada, más vídeos que muestran cómo llegan auxiliados y por inercia propia a un centro médico entre el asombro de los que se encuentran haciendo “reportería” y los gritos desesperados de gente que no logra creer lo que pasa frente a sus narices; mientras yo algo anonadado – dándole gracias a Dios por no vivir esa realidad y colocando en sus manos a aquellas personas – miraba la desgracia que par de horas atrás acababa de ocurrir.
Hasta ese momento no sabía dónde ni el por qué, pero en parte tampoco me encontraba con los pelos de puntas, pues el background que tengo de mi país no permite hacerme a la idea de que es algo imposible de suceder.
El Caribe colombiano está lleno de esos habitantes que considero ‘superhumanos’, quienes apenas viven porque aún no les cobran el aire que respiran, pero sí pagando pésimos servicios públicos, pueblos de cambuches y fango que han crecido con carencias de educación, salud y cero esperanzas de una vida digna. Tasajera es un ejemplo de ello.
Pasan los minutos y empiezo a leer en mi celular las reacciones de quienes también miraron las imágenes, percatándome de que la indiferencia es un cáncer en nuestra sociedad.
La siguiente es una línea de comentarios de los primeros que se atreven a mostrar su posición ante la situación:
A: “Dicen que uno de los muertos es un policía. Yo no gusto de tombos, pero como que el man estaba diciendo y apartando a la gente”
B: “Yo tampoco gusto, pero joda les quedó grande quitar esa gente”
C: “Eran más civiles que policías y seguro usan la fuerza ya es abuso de autoridad, porque claramente todos los que están robando la gasolina son delincuentes”
D: “No es que les quede grande, sino que muchas de estas personas andan armadas y por la zona donde está el accidente, me dice un familiar, esa zona es candela”
Cuatro mensajes que resumen la percepción que tiene el pueblo colombiano sobre sí mismo y de lo cual saco estas premisas:
Primero, la policía (como reflejo del Estado) sigue siendo considerada incompetente, sin importar lo poco bueno que haga. Segundo, el injustificado y necesario uso de la violencia para poner orden. Tercero, eres pobre y luego delincuente.
Más allá de ser crítico, vale la pena reflexionar hasta qué punto llega a tener valor la vida misma para ponerla a colgar en el hilo de la muerte, cuán desesperado hay que estar para robar gasolina con el fin de suplir una necesidad inmediata. No es solo ponerse en los zapatos del otro – en esta circunstancia tener un par es un lujo – sino andar sobre la basura, el barro, la descomposición, las piedras, la arena caliente y todo esto con los pies descalzos.
Al final del día llego a la triste conclusión de que estamos en el país donde el vivo vive del bobo, el pobre roba a pobre y la desgracia se vuelve chiste.