Por Uriel Ariza-Urbina

Es invaluable el legado cultural y artístico de los compositores colombianos en el devenir histórico del país. La música, más que las guerras y la política, le han dado identidad a Colombia.

A finales del siglo XVIII, el obispo de Cartagena Gregorio Molleda y Cherque quiso prohibir la fiebre por el baile del fandango o bunde que contagiaba los arrabales, apartado de los salones elitistas. La música y los bailes de los sectores populares estaban en el ojo del rigor eclesiástico, porque despertaban las bajas pasiones. El Rey de España pidió una investigación, y el Gobernador de Cartagena le dijo: “Debe prohibirse el bunde la víspera de las fiestas porque al día siguiente nadie quiere ir a misa por estar fatigados y de mala gana”. Era una señal de lo que se vendría siglos después. Una afluencia de ritmos y composiciones musicales sin precedentes en la música popular en el mundo, no solo en el Caribe sino en todo el país.

Desde entonces los músicos y compositores empezaron a construir la memoria cultural e histórica de nuestro país. Guerras de independencia, abolición de la esclavitud, nacimiento de la República, toda la historia de amor y odio que se vive hoy en las redes sociales digitales, y por supuesto la cuarentena por la pandemia, van de la mano de una canción.

“Y los que salen del bunde

Pasado un rato regresan

Guardando cierta distancia

Para no engendrar sospechas..”

Poema musical del antioqueño Sinforoso Villa.

O la nostalgia del Almirante José Prudencio Padilla en la víspera de “la noche de San Juan”, el 24 de junio de 1821:

“Arjona ostentaba la más pura serenidad en el cielo tachonado de estrellas, y en

el alegre bullicio de las gaitas y cumbiambas, la aproximación de la celebrada fiesta de San Juan; tormento de gallos y capones, amargura de caballos y burros, encanto de las jóvenes y mozas casaderas”.

A comienzo del siglo XX los compositores colombianos hacían sus creaciones para matar el hastío y la soledad en sus apartadas provincias, desde los Andes hasta el Caribe. Apenas sí sabían tocar instrumentos, pero algunos no necesitaban sino dos maderos, una caña de millo, una guacharaca de lata de palma o un silbido sobre el filo de una hoja para parir música y letras. En cada rincón se cantaba y se bailaba el romancero español, rituales indios y negros para acompañar la jornada en el campo y las comarcas, o los estribillos contra la fratricida Guerra de los mil días que dividió al país.

“Ayer me echaron de pueblo / Mañana yo he de volver / Porque allí dejé mi rancho Mis hijos y mi mujer”,

Canción campesina del compositor José A. Morales ‘Ayer me echaron del pueblo’.

En las ciudades los compositores estaban influenciados por la música clásica europea. Bethoven, Shumann, música religiosa, lamentaciones y salves acompañaban los ratos de la sociedad. No había ningún interés artístico por lo nacional, aunque los pasillos y los bambucos deleitaban en las tertulias literarias, y algunos la llevaron a los salones de música ‘culta’. Era la “música nacional” por excelencia y la única que había, porque en la costa Caribe y Pacífica se estaba creando mucha música, pero nadie la conocía sino en su propia región. Un violinista de la época dijo en Bogotá que había que crear a un “Chopin que depure los aires colombianos”.

Pero en la década de los años 30 y 40 hubo un interés liberal por la cultura popular y se empezaron a sacar de los montes los versos musicales que dibujarían el nuevo mapa cultural del país. Y fue así como el porro y la cumbia de Pedro Laza, Lucho Bermúdez y Pacho Galán se metieron a Medellín en los años 40, y las canciones de Rafael Escalona, interpretadas por Bovea y Guillermo Buitrago, hicieron lo mismo en Bogotá. Poco a poco se iban cerrando las brechas culturales entre las distintas regiones.

Las primeras grabaciones discográficas y los programas radiales lanzaron las composiciones andinas con bambucos, pasillos y danzas, más tarde los porros, cumbias y bullerengues del Caribe, mientras el vallenato debió esperar su turno hasta los años 60, con un Festival de acordeones que sacó del escondrijo a Alejo Durán, Luis Enrique Martínez, Abel Antonio Villa y Leandro Díaz.

Compositores con derechos

Había tanta riqueza musical y un relicario de canciones, que Colombia se tuvo que ajustar  a las normas internacionales para la protección de los derechos de autor. En la Fonoteca de Señal Memoria hay un documento histórico que recoge la creación en 1946 de la entidad que hasta el día de hoy protege y respeta los derechos de las mil y una canciones del repertorio musical colombiano: SAYCO. Hay una copia del disco elepé titulado: SAYCO –Bodas de Plata, celebrando los 25 años de fundación, en 1971. El compositor y miembro fundador, Jorge Olaya Muñoz, cuenta cómo esta sociedad aglutinó esa vez a todos los sectores culturales y acercó a las regiones, como se hace hasta el día de hoy.

Setenta años después, Colombia es uno de los semilleros de canciones más apetecidos en la música popular mundial. La lista es interminable, y cada colombiano podría escoger sus 100 canciones favoritas de este rico y variado álbum del que recordaremos algunos estribillos:

Pueblito Viejo, José A. Morales:

“Hoy que vuelvo a tus lares trayendo mis cantares / y con el alma enferma de tanto padecer / quiero pueblito viejo morirme aquí, en tu suelo, / bajo la luz del cielo que un día me vio nacer”.

Mi Tierra, Juanes:

“Ama la tierra en que naciste / Amala es una y nada mas / A la mujer que te pario

Amala es una y nada más / Ama tu hermano ama tu raza / Amala es una y nada más”.

El Hambre del Liceo, Rafael Escalona:

“Salgo e’ Santa Marta, cojo el tren en la estación / Paso por la zona, la tierra e’ los platanales / Y al llegar a Fundación, sigo en carro para el Valle”

Cali Pachanguero, Jairo Varela

“Cali pachanguero, Cali luz de un nuevo cielo / De romántica luna, el lucero que es lleno, sé mirar en tu valle, la mujer que yo quiero”.

La cucharita, Jorge Velosa

“En la vereda Velandia del municipio de Saboyá / Una cucharita e’ hueso me regalaron por amistad / Y la cucharita se me perdió, la cucharita se me perdió”

La pollera colorá, Wilson Choperena / Juan Madera

“Ay, al sonar los tambores / Esta negra se amaña / Al sonar de la caña / Van brindando sus amores / Es la negra Soledad / La que goza mi cumbia”.

La luna de Barranquillera, Estercita Forero

“La luna de Barranquilla tiene una cosa que maravilla / esa luna bonita, esa luna lunita, chiquitín, chiquitica, morenín, morenita… te conozco tus secretos, tienes amores hace tiempos con el río Magdalena”.

De antaño se dice que allí donde las palabras fallan la música habla, y que la música es el amor buscando palabras. Es lo que hacen a diario los compositores colombianos con sus creaciones, llevando alegría, sosiego y esperanza a nuestro país, convertidos hoy en los mejores embajadores de nuestra música en el mundo. Por eso SAYCO, como todos los años, homenajea a los compositores colombianos en reconocimiento a su labor creativa y su invaluable contribución a la identidad cultural de nuestro país. No en vano, el escritor Gabriel García Márquez dijo una vez: “Si uno quiere conocer la historia de Colombia debe buscar en su música”.

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