“La peor especie de enemigos es la de los aduladores”, Cornelio Tácito.
Por Álvaro Morales de León
Antes de la Ley 100 de 1993, con la cual llegó el Sistema de Seguridad Social Integral en Colombia, abarcando entre otras cosas, la atención en circunstancias de menoscabo de la salud, según dice la ley, era común oír decir que la medicina se estudiaba para ser un buen ganadero.
Y había para esa época, como ahora, y como siempre ha sido, la evidencia de una buena práctica médica, aunque fuera posible que los costosos servicios del momento cayeran en el exceso de limitar el acceso al mismo, y en lo cual parece que se inspiró la Ley 100 de 1993 buscando equilibrar su prestación y ampliar la cobertura.
Pero del extremo de la posible desmesura en el cobro por los servicios médicos que se prestaban para aquella época se pasó al otro extremo, al de la pauperización de los facultativos y al enriquecimiento de los empresarios del sector nacidos a partir de esta nueva reglamentación que pretendió, según dijo el gobierno, la socialización del servicio.
Hay que decirlo, es cierto que desde el momento de la implementación de la nueva norma de prestación de servicios de salud en Colombia se ha aumentado la cobertura, pero también llegaron las deficiencias en el servicio, y han sido una constante promovida por la corrupción y la intromisión de siniestros personajes de la vida pública y del bajo mundo que han incursionado en esta actividad convirtiéndola en un lucrativo negocio donde el paciente es un cliente, y el servicio, una mercancía.
Bueno, sé que hasta ahora nada nuevo he dicho, todo es de suficiente y amplio conocimiento público.
Que muchas de la EPS e IPS han sido utilizadas para enriquecimiento propio, y de unos pocos, es también de amplio dominio. Que el servicio aún presenta grandes deficiencias, es pan de cada día, y que el personal de la salud vinculado al sistema es sometido a largas y agobiantes jornadas de trabajo y a ridículos salarios, que en el sector público son cancelados con prolongada morosidad, es también sabido.
Pero lo que sí creo que sea nuevo, es ese absurdo e hipócrita eufemismo generado desde las esferas del gobierno que incitando a cánticos y aplausos pretende que, al personal de la salud, en especial a médicos, enfermeras y todos los auxiliares, ahora, en medio de esta crisis, y después de haberlos martirizados de manera indolente con salarios de hambre se les quiera reconocer y exaltar como héroes. Cuanta hipocresía de parte de nuestros farsantes gobernantes.
Conocemos información que ha dado a conocer la agremiación Dignidad Médica en cuanto que, a un médico, en promedio, como básico, le pagan un salario de dos millones cuatrocientos mil pesos mensuales, a una enfermera jefe, un millón cuatrocientos mil pesos; y a una auxiliar, un millón cincuenta mil, y todavía pretende el gobierno que se les llame héroes, lo que, en verdad, en el fondo, sí lo son, cuando pueden vivir con estos miserables salarios.
Todo lo anterior sin que todavía hayamos anotado sobre el perverso esquema de tercerización a través de bolsas de empleo, o de las famosas OPS que se utilizan para vincular a personal de la salud a instituciones del Estado y a particulares, donde llegan al extremo de violarles sus derechos laborales negándoles el pago de sus prestaciones sociales.
Y lo último, lo peor en medio de esta crisis por la pandemia, la exigencia de hacerlos trabajar sin la dotación adecuada que los proteja de la enfermedad y que evite que lleven el virus a sus familias, como ya ha ocurrido.
Finalmente, ¡Cuánto descaro, llamar héroes a quienes han hecho mártires!