Por Jose Vicente Figueroa
Soñar con el comunismo es contradecir el deseo de propiedad privada, consumo e individualismo que consolidó nuestras primeras sociedades civiles. Soñar con un mundo igualitario es cerrar los ojos ante el irracional deseo de violencia que gobierna nuestro actuar y que, pese a sus múltiples sublimaciones posibles en el sistema, sigue latente y en espera a un estímulo al azar que permita su anhelada libertad. En el siglo XXI, luego de tantos fracasos internacionales no creemos en dicha utopía, sino más bien en la graduación humanista del capitalismo. Un nuevo sueño que consista en la resurrección de la esperanza en medio de la basura y la destrucción. No soñamos, por el contrario, en la aplicación de modelos incoherentes o sistemas demasiados perfectos para un sujeto que se reconoce egoísta y le aplaude.
De hecho, pese a los intentos de algunos grupos políticos, no existe proyecto post-moderno alguno desligado a la destrucción, la negatividad y el afilado corte desencantado de subjetividad relativista. No se engendra la posibilidad de un super-hombre; estamos estancados en el fracaso del capitalismo mientras consumimos para olvidar la paupérrima realidad. A nadie parece interesarle la proposición o la búsqueda de una única verdad ante la hipersensibilidad- solitaria del sujeto milenial. Uno que, a veces, no logra incluso distinguir entre la realidad de la pantalla y del mundo sensorial. Entonces, ¿cómo se construye un nuevo mundo? ¿En qué realidad habita? Y aún más, ¿cómo le transforma si apenas logra identificar la enfermedad infiltrada en su pronóstico de sentido común?
Por eso se escriben en los post-moderno vituperios y no apologías. Mientras ésta última desde su etimología refiere a la acción de hablar en defensa de alguien, justificado en el verbo o logos que algunos interpretan como razón, vituperio, por el contrario, refiere al vitum (vicio) que debemos parare (parar, detener). ¿Y no le parece extraño, querido lector, por mencionar un ejemplo, que la novela negra no haya muerto sino transmutado y que la fotografía se esmera en retratar una realidad común que no apreciamos? Y que el artista-loco sigue incomprendido aun cuando solo retrata la materia misma y no sus símbolos. ¡Imposible una mayor explicitad! El arte es ahora mayor resistencia que nunca. Hoy porque no desvela máscaras… el rostro se exhibe tal en su esencia ante un público que antaño, evitando el dolor, se sacó los ojos.
Por eso la filosofía no ha encontrado camino distinto que la lucha contra el poder de la institución a la vez que bebe de su manantial. Critica, se distancia y piensa a la vez que le elogia por sus comodidades. ¡Dejémonos de mentiras! Somos producto de un tiempo que se agota, pero que no percibe cansado por su constante estado de dopaje. Dopaje que irrumpe el comunismo y le desplaza a la esquina de la esquizofrenia. Dopaje, en síntesis, que aprecia el vituperio y la apología como visiones comunes a un mundo que poco ya importa, pues, al final, con o sin Dios versamos en el vacío.