Por Sebastián Aristizábal Pérez
Desde el 7 de agosto del 2018 el gobierno está en aprietos, empezando porque Iván Duque pasó de ser un senador que impulsaba en el congreso un concepto confuso de una economía de colores, a ser elegido por 11 millones de personas que tuvieron poco tiempo para ver su hoja de vida pero que, como pasa en cualquier oferta laboral, pesó más la recomendación del padrino.
Tratando de volver a gobernar con la nostalgia del uribismo de hace 20 años, Duque debía asumir el reto de mostrar mano firme ante el aumento de disidentes de las farc, el asesinato de líderes sociales, la guerra militar con el ELN y el crecimiento de los cultivos ilícitos; todos males a los que la respuesta siempre ha sido la misma: “problemas que envejecieron mal”.
Pero la mano firme se quebró de la peor manera con la llegada de un enemigo minúsculo que le ha ido ganando el pulso no solo a Duque sino a todos los colombianos: una pandemia que, aunque ha sido una tragedia, también le ha servido de excusa para cubrir cómodamente errores, mandar a su gusto mediante decretos, hacerles zancadilla a las pymes y hasta para sacar de la programación nacional a ‘Tu voz Estéreo’.
Sin embargo, la Covid no durará para siempre y es por eso que cada vez suenan más duro escándalos como el del fiscal Barbosa y sus paseos en avión con Felipe Córdoba, la ‘ñeñe política’, las “tragedias familiares” de la vicepresidenta, la desaprobación de más del 70% del gobierno y más temas que tienen a nuestros gobernantes contra las cuerdas y que parece ya una comedia de mal gusto que mezcla las malas decisiones de los mandatarios con los errores en las comunicaciones de la Casa de Nariño.
Este último tema, las comunicaciones, resulta ser un trabajo de alto riesgo, conociendo el espíritu de las redes sociales que se basa en lapidar a cualquiera que se equivoque y buscar chivos expiatorios para toda ocasión rindiéndole honores a la frase “al caído caerle”.
Quien asumió este trabajo de alto riesgo fue Hassan Abdul Nassar, un gemólogo y politólogo férreo opositor del gobierno Santos y líder de opinión en la virtualidad. Visionario como ninguno, ha escrito en su cuenta de twitter trinos premonitorios en los que pareciera haberse anticipado al destino de su asesorado, como este del 16 de junio de 2017: “Tiene 12% de aprobación, es un pésimo comunicador, e insisten en sacarlo dando alocuciones. No entiendo la estrategia en comunicaciones”.
Y no es un caso aislado, aquí también escribió algo inquietante y muy coherente con las posiciones radicales que los colombianos tenemos en materia política: “Pareciera que la oposición pagará los asesores de la oficina de comunicaciones de Casa de Nariño. Todo lo que dice le sale mal”. Este fue un trino del 12 de agosto de 2015.
Pero en medio de todo, ha manejado con responsabilidad y altura el poder que tienen las redes: “se me olvidaba que en el país del realismo mágico usted puede ser un peligro para la sociedad por tener cuenta de tuiter” (20 de enero de 2015)
Y el más aterrador de todos, que además es un deseo que comparto con muchos colegas y amigos comunicadores: “Un lugar donde no quisiera estar hoy: La oficina de comunicaciones de Casa de Nariño. La imagen del GOB en caída libre”. De nuevo, Nassar, hace las veces de vidente.
Como colombiano, no puedo desearle mala suerte al gobierno de Duque, por el contrario, es mi deber, y el de todos, ver ambas caras de la moneda y apoyar lo que está bien y denunciar lo que está mal; posiblemente salgamos adelante de esta pandemia y reduzcamos el tiempo que dedicamos a estar en las pantallas criticando, difamando, compartiendo fake news y hasta en mi caso, husmeando periodistas.
Hay una incontenible pandemia de opinadores en Colombia, y mientras baja el pico, me escudo en otra frase de @HassNassar: “Señores, los de los diarios y revistas se llaman ‘columnista de opinión’. No ‘columnistas de verdad absoluta’.» (31 de mayo de 2015).