Por José David Vargas
Desde aquel escrito publicado por Gabriel García Márquez corrido el año de 1986, en el cual explicaba lo cerca que está la humanidad de la autodestrucción, Colombia, en materia política, jamás había estado tan cerca de vivir algo similar a lo destacado por el nobel de literatura. Las campañas por la presidencia han llegado a su fin, tal como está el panorama, estamos ad-portas de una catástrofe política.
Los candidatos que puntean en las encuestas previo a los comicios del 29 de mayo dejan mucho que desear y serán ellos los causantes de la debacle institucional y política de la república, de nosotros dependerá si eso pasa o no.
Por un lado, tenemos a una persona narcisista que evoca con sus exacerbados discursos un aire de indignación entre sus copartidarios con políticas económicas insulsas que harán más gravosa la situación del país, a sus características se le suma que es una persona muy efervescente, es decir, ante el más mínimo estrés puede actuar de forma desbocada, y a pesar de que quiere un cambio lo pretende hacer de forma abrupta, lo que mancillaría la institucionalidad; sus políticas significarían, según algunos medios, caer en el izquierdoso extremismo. En conclusión, este no rompe un plato cuando está calmado, pero cuando se emputa es capaz de romper toda la vajilla. Las personas que votarán por el lo harán desde el sentimiento de indignación, que más da, así los han adoctrinado.
Por el otro, tenemos un candidato que significa el continuismo en las mismas políticas que a perpetuidad nos han gobernado, por consiguiente, tampoco pretende ser un ente conciliador entre los distintos grupos políticos, es la viva imagen de la ultra derecha y la razón practica para aquellos que tenían pensado votar por “el que dijera Uribe”, que ahora cambia su nombre por Fico; así pues, maneja aires de grandeza endulzando sus verborreas discursivas con frases como aquella en la que dice “soy el presidente de la gente”. Y a esto se le suma que en su campaña de medios casi siempre aparece siendo un angelito ante las personas que pasan por la calle. Los que votarán por él lo harán para no votar por el primero, haciendo de este un voto por temor a caer en la extrema izquierda.
También tenemos a un ingeniero que como no preste atención se le caerá el edificio que ha venido construyendo a punta de populismos discursivos, enfocando todas sus fuerzas a emitir aseveraciones contra los corruptos, utilizando argumentos ad populum, es decir lo que la gente quiere oír. A esto se le suma que podría llegar a ser aquel perro que ladra y no muerde, es un vaticinio que puede estar en lo cierto, ya hemos tenido experiencia con populistas que vociferan sobre la corruptela, pero nunca tienen pruebas para desenmascararla, ¿cierto Cartagena? Su grupo de votantes estará en aquellos que se tragan el cuento de que acabar con la corrupción es el fin último que debería perseguir un estadista.
En otro escaño tenemos a un profesor que si bien es cierto aun no ha podido enseñarle de forma correcta a nosotros, sus estudiantes, la forma en la que se debe llegar a la presidencia, puede significar un cambio paulatino y una fuente mediadora entre los distintos sectores políticos; sin embargo, en los medios de comunicación se ha creado un aura de que ya se encuentra quemado y que los ganadores podrían estar en las dos primeras descripciones precitadas con anterioridad. Esto aunado a que mucha gente no le encuentra el perrenque suficiente como para enfrentarse a una vida política en la casa de Nariño, aun así, se rumorea que los intelectuales están con él. Sus votantes, se dice, serán las personas pensantes y que no caen en sentimentalismos.
Con las características de los cuatro con mejor posibilidad de votos, queda preguntarse, ¿Cuál es la mejor opción? Y la respuesta es que ni siquiera la resolución a este interrogante se encuentra en el corazón de cada colombiano, sino más bien en su cerebro, si queremos un cambio, hagámoslo con responsabilidad, llegando a consensos con nuestros semejantes, no a las patadas ni pasando por encima de las instituciones, hay que hacerlo suavecito y con buena letra, ahora bien, seremos un país mejor mientras que las personas no botemos nuestro voto, y en realidad escojamos por voluntad popular pero con conocimiento de causa.
Lo que ha venido demacrando la política en Colombia no han sido las personas, sino la equivocada idea de partido político, esas instituciones que manejan grandes sumas de dinero y que hacen del ejercicio político un desfile desmesurado de mermelada para endulzar a todos aquellos capaces de ponerles votos. Qué bonito sería votar por las ideas de la persona y no por el movimiento al que esta representa.
La labor de los medios de comunicación y las campañas políticas, han causado un efecto disyuntivo en la población, de ahí se desbordará una catástrofe, ya que el voto no será por conocimientos sino por sentimentalismos y emociones efervescentes que ningún bien harán al sostenimiento de la democracia colombiana, antes, por el contrario, la pauperizaran hasta tal punto que se hará carente de respeto ante los ojos del mundo. En este momento cada colombiano está inmerso en la polarización de la época de la violencia, donde solo había dos bandos, liberales o conservadores, todo lo que estaba por fuera de esto olía a basura; ahora estamos igual, Colombia humana o equipo por Colombia, no se habla de nada más, y todos sabemos que todos los extremos son malos; quitémonos el cuchillo que tenemos todos apuntado hacia el cuello.
Ahora sí, la suerte está echada, este 29 de mayo del 2022, estaremos a punto de voltear la arepa, ojalá no se nos queme en las llamas del apocalipsis político que se nos viene.