Jesús David Lara Pérez 

Las últimas 7 encuestas publicadas por las diferentes firmas u organizaciones, seis en abril y una el 1 de mayo, muestran la consolidación, crecimiento o estancamiento de las actuales candidaturas presidenciales.

En términos generales, los resultados observados siguen mostrando a Gustavo Petro liderando la intención de voto y de segundo a Federico Gutiérrez, con un escenario que seguramente será definido en segunda vuelta. Por su parte, Rodolfo Hernández y Sergio Fajardo, el tercero y cuarto en la intención de voto, quedarían sin posibilidades de acuerdo con las más recientes encuestas publicadas.

Uno de los resultados que más genera ruido es el poco crecimiento o estancamiento del candidato Sergio Fajardo, ya que cuenta con experiencia en elecciones presidenciales a diferencia de Hernández y Fico.

La realidad es que Fajardo no ha logrado superar el 10% de la intención de voto en ninguna de las encuestas publicadas. Por ejemplo, en la encuesta de Guarumo del 1 de mayo obtuvo un porcentaje de 6,9%, una reducción de 3 p.p con respecto a la misma encuesta publicada el 3 de abril por la misma firma. Este resultado demuestra, en términos estadísticos, más que una reducción un estancamiento si se tiene en cuenta que el margen de error es alrededor de 3%.

Lo cierto es que este escenario poco favorable no es nuevo para el candidato, ya vivió una experiencia muy parecida con otros matices. Pero con un común denominador que ha sido muy determinante dentro de su estrategia electoral, el cálculo político.

Al profesor de matemática le ha fallado algunas veces el cálculo político, la primea vez que se evidenció fue en la primera vuelta de las elecciones de 2018 cuando estuvo a 261 mil votos de disputar la segunda vuelta con Duque. Diferencia que, según algunos analistas, hubiera podido superarse con una alianza con Humberto De la Calle.

Sin embargo, esta alianza colocaba a su candidatura en un escenario probabilístico que generaba más incertidumbre que seguridad. En primer lugar, porque De la Calle estaba representado por un partido tradicional que iba en contra de las banderas que defendía Fajardo, lo que evidentemente tenía un costo político que podría costarle la base electoral que ya había conquistado. En segundo lugar, De la Calle cargaba el costo político de haber participado en un proceso de paz impulsado por Santos, por lo que lo catalogaban como su candidato, algo de lo que todos buscaron alejarse en su momento. Y, en tercer lugar, era muy difícil garantizar una victoria en una eventual segunda vuelta con el incipiente apoyo de la bancada liberal, tal como sucedió con Humberto en primera vuelta.

Lo más irónico es que la actual candidatura de Fajardo es avalada por el partido Alianza Social Independiente (ASI), partido que apoyó a De La Calle en 2018.

Para los perdedores de esta contienda, en especial, Petro y Fajardo, fue un resultado que dejó muchas lecciones aprendidas y ciertos cuestionamientos en cuanto a la forma en la que se deben gestar las alianzas dentro una campaña electoral. Lo cerca que estuvieron de lograr su objetivo prácticamente los obligaba a preguntarse cómo podrían ampliar su base electoral y cuál sería la principal estrategia para poner en marcha en las próximas elecciones.

El primero que logró realizar una lectura muy acertada fue Gustavo Petro, por lo que inició su campaña casi que luego de la segunda vuelta. La estrategia que puso en marcha fue la creación del Pacto Histórico, una de las alianzas más grandes entre movimientos de diferentes vertientes políticas. Mientras que Fajardo, observaba la división entre los Verdes, el Polo Democrático y partidos afines, lo que supo aprovechar muy bien Petro porque le permitió ampliar aun más su espectro político.

Sergio tardó demasiado en entender que el surgimiento del Pacto Histórico marcó una dinámica electoral muy distinta a la de 2018, por lo que prácticamente le tocó recoger los retazos del centro y la izquierda progresista que había dejado Petro a su camino.

De forma casi reactiva más que propositiva, Fajardo inició la creación de la Coalición Centro Esperanza, esta vez con el apoyo de Humberto De la Calle, quien se convertiría en quizás la pieza más importante de esta coalición porque sirvió como mediador para que se sumaran figuras políticas fundamentales para la construcción de la agenda electoral como los hermanos Galán del resurgido Nuevo Liberalismo, Alejandro Gaviria, Carlos Amaya e Ingrid Betancourt.

Dentro de esta coalición, la diversificación de vertientes políticas fue uno de los primeros retos sin superar, ya que trajo consigo un choque ideológico que hizo complejo establecer algunos acuerdos programáticos. Así mismo, las formas de hacer política y de gestionar alianzas eran diferentes, algunos cargaban el peso de haber pertenecido a partidos tradicionales y estar vinculados a investigaciones por parte de los entes de control. Hechos que fueron criticados no solo por actores externos a la coalición sino también por lo miembros que hacían parte de esta.

Poco a poco las discusiones internas se fueron intensificando hasta debilitar la coalición. La primera en explotar fue Ingrid Betancourt, quien se despachó en contra de Alejandro Gaviria en pleno debate de precandidatos presidenciales. Este hecho obligó De la Calle a retirar su apoyo para no caer en doble militancia, muy decepcionante para alguien que se había empeñado para que esta alianza se diera.

La votación obtenida mostró en términos cuantitativos la poca fuerza electoral que tenía la coalición. Fajardo obtuvo la cuarta posición entre los más votados de los precandidatos por debajo de Francia Márquez, quien no tenía experiencia alguna en elecciones presidenciales a diferencia de él. Lo mismo le ocurrió a Juan Manuel Galán quien no solo perdió la posibilidad de ser candidato presidencial, sino que toda la lista cerrada del Nuevo Liberalismo se quemó. Otro que no contó con suerte fue Robledo que también se quemó y fue superado por Alejandro Gaviria quien, pese a su talante intelectual, nunca logró conectar con la base electoral popular.

A estas alturas Fajardo la tiene muy complicada, según los cálculos del exministro Tomás González para la Silla Vacía. Por un lado, la fuerza electoral que mostró en las consultas y la tendencia de las encuestas empiezan a mostrar la lógica del voto útil, es decir, que debe convencer a sus votantes de que la cosa no está entre Petro y Fico. Por otro lado, en términos cuantitativos a Fajardo le tocaría, además de los más de 2 millones de votos que obtuvo en la consulta, sacar por lo menos 3,5 millones de votos más para pasar a segunda vuelta. Pero con las alianzas que tiene, el Nuevo Liberalismo, ASI, y algunos Verdes, no le alcanzaría. Entonces estaría obligado a buscar entre los votantes que no participaron en las consultas, pero sí al congreso, y entre los abstencionistas, lo que sería un estimado de 8,6 millones de votantes disponibles.

Dado el escenario, no es una tarea fácil lograr el objetivo. Por ello, se ha puesto en marcha una estrategia que él mismo ha llamado la “remontada”, que afín de cuenta sigue siendo una movida demasiado reactiva. Casi que dándola toda ha comenzado por diversificar los colores de su campaña, realizar discursos en plaza pública en lugar de volantear como solía hacerlo, se ha flexibilizado un poco en las alianzas, y ha apostado por estrategas digitales de talla internacional como Teddy Goff que llevó a Barack Obama a la Casa Blanca.

Como una carrera contra el tiempo, Fajardo se encuentra en una delgada línea entre la precisión y la improvisación en cada movida. Hoy solo se aferra a lo incierto al pensar que las encuestas están amañadas y no reflejan la realidad. Esperemos que lo que dice sea cierto, crucemos los dedos.

*Columna de opinión. Las opiniones no representan los valores, conceptos y/o postura del periódico.

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