Por Jose Vicente Figueroa
El Caribe como escenario-prefacio de la historia latinoamericana, engendra un contra-sujeto que se deshace, en algunos intervalos, del polvo de la conquista, para resistir desde la extrañeza de su particular diversidad cultural. Es, de hecho, el territorio-isla menos occidental del continente que, desde la música, la poética, el retrato y lo absurdo, niega la historia y los imperativos de las modernas civilizaciones para arrojarse a la fantasmagórica suerte de apreciarse longeva en el espejo difuso de los cuerpos de agua. ¿Existe, acaso, peor castigo que habitar entre el silbido tierno del mar y el aullido precoz del tambor, mientras se combate la soledad en el re-encuentro?
Pese al ferviente deseo por olvidar las cadenas, los tatuajes al rojo vivo y el látigo litúrgico, este contra-sujeto, por referir al pseudo-antagonista del sujeto normativo occidental, se asfixia, trémulo y cobarde, por la expansión de los deseos dionisiacos que emanan de su vientre, como si ello, de nuevo, le recordase la esclavitud.
“¡Que el negro no piense ni sienta; solo obedezca!”- se repite despacio, como sombra, en la memoria inconsciente. Pero, ¿cómo escapar del oficio epistemológico/lingüístico, si de la tierra que le fue arrebata, solo quedó el recuerdo de sus nombres que, por supervivencia o apropiación, debían re-significarse en las islas del Caribe? Así mismo, ¿cómo prescindir de descubrir el hielo o formular las primeras palabras, como en Macondo, si el nuevo mundo era demasiado nuevo para todos?
De alguna forma, dicho ser humano se siente intruso ante la estética de sus pasiones que, buscando rutas para des-inhibirse, encuentra murallas; ¡vaya paradoja! El recinto del planeta donde hay espacio para todos, pero no cabe nadie; la cultura bipartita del silencio y la parafernalia que se regocijan y combaten ante infinito mar que no es suficiente para liberarnos; concreto y arena, hongos y hechizos en la tierra del olvido.
La micro-física del Caribe, entonces, que refiere al dinamismo de sus actores y objetos a través de la historia, se despliega en lo mágico y singular de la cosmovisión de este sujeto frente las industrias hegemónicas, de las cuales es también co-autor. O en palabras más castizas: surge del distanciamiento del consumo de lo igual que el mestizo logra crear desde la resiliencia de los imaginarios sociales expresados en las artes caribeñas; o un poco más poético: se resume en el destino de los crustáceos danzantes de la isla de fósforo a pronto explotar, que vislumbran la hecatombe, con esperanza y júbilo, hasta pasado mañana a las seis de la tarde; ¡vaya problema!
Finalmente, poco preocupa si tal comprensión metafísica aún escapa del análisis de ciertos investigadores de occidente; ¡el Caribe no logra entenderse sin antes haberse bañado entre sus sábanas apacibles! A manera de ejemplo, que el símbolo del cuchillo afilado, Champeta, haya mutado al estereotipo de lo salvaje/popular, para luego referir a un tipo de música que entraña pasiones y relatos autóctonos; o que las trenzas en el cabello de las mujeres marcaran los caminos posibles hacia la liberación, y escondiesen, así mismo, las semillas para el cultivo en el nuevo Edén, son, ante todo, preludios perfectos para un universo sitibundo a descubrir.
Por lo pronto, entonces, agachemos la cabeza y escuchemos el eco de áfrica en el pulso del tiempo, mientras algunos nos siguen citando, tal como los conquistadores de antaño, como “esa tierra de caníbales”.