«El avisado ve el peligro y se aparta, mas el imprudente pasa y sufre el daño”, Proverbios 23:3.
Por Alvaro Morales de León
Últimamente el país ha venido debatiéndose entre lo importante y necesario, pero también entre lo riesgoso e inconveniente que significa el retorno de los jóvenes escolares a la presencialidad en las aulas de las instituciones educativas de Colombia, principalmente, las del sector público.
Los que defienden la posición del regreso a clases de manera presencial, en Colombia, no es que les falte razón, de ninguna manera, sobre todo por la justificación del valedero planteamiento y defensa de la necesidad que tienen los jóvenes en su escolaridad, principalmente, de interactuar entre ellos mismo, jugar, compartir el salón de clases, ver al profesor no por un medio virtual sino verlo y palparlo en vivo, y hasta para aprender a defenderse y enfrentar sus propios problemas y encontrar sus soluciones ¿y por qué no, hasta echarse una buenas “trompaditas”?.
Los argumentos expresados por los defensores de la presencialidad son teóricos y románticamente válidos, pero no lo son en la práctica, en la realidad actual de la Pandemia con un Ómicron haciendo de las suyas, ni lo son con la realidad actual de las condiciones locativas e infraestructura que está al servicio del sistema público educativo en Colombia, la cual no solamente se encuentra en manifiesto deterioro sino en pésimo estado de dotación que no garantiza el cumplimiento de las normas y procedimientos de bioseguridad.
A todo lo anterior habrá que añadirle que “el apiñamiento”, hacinamiento, la aglomeración y la extrema densidad de los estudiantes por aulas, muy a pesar de las vacunas, no son ninguna prenda de garantía para evitar los contagios en los estudiantes con el Covid -19, máxime cuando los guarismos reeditados por causa del altamente contagioso Ómicron no dan tregua para amainar este mal empecinado contra la humanidad.
Nuestra realidad educativa nos lleva a no desconocer ni perder de vista, sobre todo en Cartagena y Bolívar, que en los salones de clases de la mayoría de los centros de estudios, sobre todo en los del niveles de primaria y media, el número de alumnos por cada aula sobrepasa los límites permitidos llegando a sobrecupos hasta del cincuenta por ciento por encima de lo permitido.
Entonces, nos preguntamos, ¿dónde van a meter las autoridades educativas la cantidad de estudiantes que hacen parte del sobrecupo por aulas?, o, ¿cómo van a hacer para cumplir con la cantidad mínima de estudiante que por aula permita que se cumpla con el requerido distanciamiento entre las personas?
Es bien sabido, y de sobra, que gran parte, o la mayoría, de las aulas educativas del sector público en Colombia, como son las de Cartagena y el departamento de Bolívar no cumplen con la razonable y técnica capacidad establecida en cuanto al número de estudiantes por aula y por metro cuadrado, alojando entre 40, 45 y hasta 50 alumnos donde por densidad solo se pueden tener 25 o 30.
Pero las contradicciones en nuestro país siempre estarán a la orden del día al punto que mientras a los colegios y estudiantes se les está obligando a la presencialidad sin exigencias de aforos, a los bares, a los hoy llamados “gastrobares”, restaurantes y otros sitios de concurrencia de público sí se les exige, como es razonable, un número mínimo de asistencia que no ponga en riesgo a los presentes o asistentes.
Finalmente, señores del gobierno, autoridades educativas, por favor, no expongan a una masacre a los escolares obligándolos a asistir, en estos momentos, a las aulas de sus instituciones educativas.