Por: Yamid Osuna Rivas

 

Once alcaldes en nueve años, tres suspendidos en menos de seis, un alcalde preso, 12 concejales investigados y una contralora distrital detenida es el saldo, cuando menos, que demuestra la crisis de una ciudad que, vista con lupa, guarda un trasfondo matizado entre grandes locomotoras clientelistas y una profunda herida cultural en materia política. Cartagena fácilmente podría ser la joya en materia investigativa para los investigadores empírico-analíticos, puesto que si bien es densamente complicado hallar patrones de comportamiento en las sociedades, esta ciudad rompe con el esquema y hace sencilla la tarea de predecir que una vez se elija un alcalde, ordinaria o atípicamente, éste será suspendido y posteriormente sucedido en el cargo. Lo anterior siempre y cuando la sociedad cartagenera siga votando por las mismas casas políticas y sus candidatos.

La tarea de romper con esa ya casi familiar dinámica de elección y suspensión de alcaldes se enfrenta a dos problemáticas. La primera es la ya conocida red clientelar extendida por gran parte de la región y precedida por poderosas casas políticas; y la segunda, la cultura política cartagenera, supeditada al mismo clientelismo en espera de una pequeña porción monetaria que solucione el almuerzo y la cena de ese día.

De la primera problemática se puede decir lo mismo que algunos han denunciado y teorizado, la práctica de acciones conjuntas en las que un personaje se articula de algunos más para establecer redes de cooperación y compra de votos, lo que al final le dará la victoria de entre la baraja de aspirantes. La mayoría de estos casos en Cartagena no son el punto central para la suspensión, investigación y encarcelamiento de los personajes en cuestión, sino lo actos que le siguen su elección, que es el socavamiento de los recursos distritales. Ese es el punto central, en materia institucional, que hace de la que una vez fuere ciudad de indias un lugar ingobernable, estancado en el subdesarrollo y convertido en alimento para el progresivo deterioro de la cultura política.

Ahora, en relación con el segundo problema ¿Podemos decir que hay una relación de causalidad entre la cultura política y los avances o retrocesos en el desarrollo de la ciudad? A simple vista la respuesta que alguno de nosotros daría es afirmativa e incluso se atrevería a establecer sentido en la línea de causalidad. Partiendo de la interpretación que en su momento le dio el politólogo bogotano Pablo Abitbol a las visiones de Inglehart y Welzel respecto a la influencia de la cultura en la democracia, y a su vez, en el desarrollo económico de una sociedad, la cual se basa en que, mientras disminuya la preocupación social por la pobreza y la supervivencia, mejores condiciones habrán para

que el individuo se centre en el ejercicio de su ciudadanía y se incluya en los ejercicios democráticos, en consecuencia del mejoramiento material del mismo (Abitbol, 2013). Tomando lo anterior como punto de partida a la línea de causalidad, notamos que el ingreso económico de los cartageneros iniciaría la lista con un 39,9% de la población en situación de pobreza en 2014 y un 10,1% en pobreza extrema en 2013 según el DANE, situación que avivaría la preocupación social por la pobreza. Es entonces cuando en épocas de elecciones aparecen las casas políticas que, aprovechándose de los altos índices de pobreza, ofrecen cierta cantidad de dinero que bajo el pensamiento económico a corto plazo de los pobladores funciona como alivio momentáneo a cualquier necesidad presente.

Visto en ese sentido podríamos decir que las redes clientelares alimentan la cultura política cartagenera sumiéndola en una costumbre de época electoral, y de cierto modo nos haría sencillo entender el proceso. Pero debemos observar también aspectos sin precedentes como el de los últimos comicios, en los cuales se alzó como ganador Antonio Quinto Guerra en unas elecciones donde la abstención fue del 77%. Ahora es necesario incluir a los derroteros de la cultura política cartagenera la característica de que más de la mitad de su potencial electoral ni siquiera votó, invirtiendo así el sentido de causalidad de la actual ingobernabilidad, proponiendo que la abstención electoral permite que maquinarias políticas compren los votos de una parte de aquel minúsculo porcentaje de personas que sí acuden a las urnas.

En este punto nos damos cuenta que el sentido de causalidad no juega un papel de primer orden, sea cual sea, la realidad es que, parafraseando al antropólogo Nicholas Woodward, si bien tenemos una sociedad enferma no debemos cruzarnos de brazos, sino emprender cual doctores en la búsqueda de un diagnóstico y una cura, no abandonada solo a los tecnócratas y expertos extranjeros, sino una en la que todos como partícipes de una democracia aportemos (Woodward, Agosto 10 de 2018). El cambio de nuestra cultura política, para bien, es tarea consciente de todos los integrantes de esta sociedad y como ciudad tendremos una nueva oportunidad de elegir en el mes de Octubre.

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