Por Jose Vicente Figueroa

Querido y cuestionado presidente Iván Duque, ayer en mi cumpleaños vi de nuevo a un país entre las llamas. Y no me refiero a los alegres fuegos pirotécnicos que danzan en el aire por el triunfo del uribismo, sino, precisamente lo contrario: el declive de un partido de gobierno que se deshace entre cenizas.

Uno, presidente, que no entiende el desempleo de los jóvenes ni tampoco el asesinato sistemático de los líderes sociales. Uno, además, que se empecina en destruir a la JEP mientras miles de campesinos imploran por mecanismos de sustitución de tierras. Uno que le da la espalda a la verdad porque nubla su discurso por el odio de su mentor Uribe. ¡Y no es que Petro o los progresistas sean santas palomas valientes, presidente! Lo que ocurre es que, en resumen, ellos no gobiernan, sino usted, y creo que todavía no lo entiende.

Cuando estaba usted en campaña quizás pensó que esto de la presidencia era ir y soplar botellas. O, en otras palabras, tan fácil como cabecear el balón 8 o 18 veces. Pero no, lo que encontró no fue el mismo pueblo que en el 2002 votó por Uribe y repetía de memoria las noticias de la televisión. Medios que, por supuesto, fomentaban el odio a las FARC-EP y encubrían al gobierno -lo cual es entendible de muchas formas, de casos sobre corrupción, mermelada y falsos positivos. Por el contrario, encontró usted uno que luego de sesenta años se atrevió masivamente a exhibir los males que antes no podían expresar por miedo a ser tildados de guerrilleros.

También pensó que buscar culpables externos funcionaría, pero tampoco. Mire que hace años cualquier acto de protesta era señalado como militancia guerrillera, luego como Castro-chavista y ahora como orden de Sao Pablo. Sin embargo, mucha gente no le cree. Incluso su partido tampoco. Aquel empecinado deseo por deslegitimar la voz popular conllevó al efecto contrario: encontrar en su discurso el desconocimiento de la inconformidad generalizada, y por tanto otro motivo para marchar.

Por ello, y por mucho más es usted presidente de una nación que no confía mayoritariamente en usted. Y para remediarlo, su partido acude a la vieja estrategia confiable: militarizar. Sin embargo, las calles le demostraron que el pueblo no es guerrillero ni militante de Brasil o Venezuela, sino colombianos que de forma pacífica exigen ser escuchados. Colombianos cansados de los abusos del ESMAD que irrumpe las marchas muchas veces sin motivo alguno. ¡Los encapuchados solo tuvieron chance finalizada la marcha! A ellos, todo el peso de la ley; al pueblo que peregrina por la paz, disposición para el diálogo.

Imagino también que no debe ser fácil estar en su lugar, pero tampoco se deja ayudar, presidente. En el video post- marcha del 21 de noviembre de 4:00 minutos que publicó en su cuenta en Instagram solo habló de vándalos y vándalos, pero no de lo fundamental: ¡una disposición real al bendito dialogo con los representantes! Mi hermano, la gente quería oír, aunque fuese mentira, que quieres cambiar al país. Que enserio te importan esos 8 o 18 niños de la bomba, los líderes sociales, las mujeres, los negros, el grupo LGBTI, los maestros, los indígenas, y en general, toda Colombia. Porque antes decías en campaña que el futuro era de todos. ¿Quiénes somos todos? ¡Pues los que marchan y los que no! Usted no gobierna para Uribe, sino para una nación que lo escogió como máximo representante.

En ese video en particular la gente esperaba incluso que pidieras disculpas por aquella operación fallida y explosiva. Que irías a las casas de las víctimas, como a la de las familias de los líderes, y de corazón escucharas su llamado. ¡Sal, por favor, de la casa de Nariño y escucha a tu pueblo! Está bien que viajes a la ONU, aunque con fotos falsas, a Roma, Estados Unidos, entre otros, pero toma también un bus y pregúntale al uribista y al no-uribista cómo se siente, que quiere y qué propone. Este país lo construimos todos. Este país es de todos, incluso de la famosa gente de la periferia que tanto anhela sentir tu mano estatal.

Pero no fue así, presidente, y en su lugar se engendró una nueva situación la primera noche del paro: la policía se infiltró en la marcha y alguien –no sabemos con exactitud- contrató vándalos y personas sin hogar durante el toque de queda para que recolectaran piedras y atacaran –¡junto a algunos policías! – a casas y conjuntos residenciales. Es decir, la representación de la famosa teoría del pánico: generar terror para luego acudir a los militares como forma de remedir la situación y concluir ellos como los salvadores de la patria. Y lo peor es que estos actos fueron registrados por varios ciudadanos que grabaron a través de sus ventanas y compartieron los videos en múltiples plataformas. No es pues, presidente, una acusación personal.

Ahora bien, lo más importante, ¿quién dio la orden? ¿Quién ideó el plan? Existen al menos tres posibilidades: 1) usted como presidente ordenó a la fuerza pública tal propósito, y por tanto se le acusaría de ser régimen terrorista; 2) fue una decisión autónoma de la institución, lo cual demostraría la fragilidad de su gobierno y la posibilidad remota de un golpe futuro de Estado; o 3) un acto financiado por grupos de izquierda que en consorcio con algunos policías pretendieron tomar el control de la nación, lo cual a su vez pondría en manifiesto la corrupción de tal institución y la debilidad estatal.

Y si bien esta circunstancia pudo ocurrir en el contexto de los falsos positivos, el paramilitarismo y las FARC-EP hace varios años, existe hoy una diferencia crucial: la democratización de los medios. ¡Seguro no contaban con eso! A pocos días de comenzar la segunda década del presente siglo casi cualquier persona con celular puede revelar actos que no son expuestos comúnmente por los noticieros –debido a los intereses políticos y económicos de sus dueños. Por tanto, ya no existe la única verdad, sino la multiplicidad de visiones inherentes a la libertad de expresión. Entonces, ¿cuál de las tres opciones es la correcta? ¡Debe decirlo en público! Al menos su partido, el centro democrático, ha acusado abiertamente a Petro de todos los males de Colombia. Curioso además porque su “poder” ha versado meramente en comentarios por twitter.

Deje, además, de opinar sobre Chile y Venezuela cuando en Colombia la gente se muere de hambre. Aquí también en las marchas pacíficas se reprime al pueblo y es censurado, de nuevas formas al menos, la diferencia ideológica. De hecho, hasta se inventan cuentas falsas en redes sociales para promover miedo y terror, y se difunde información equivocada con fines específicos. Y si no me cree usted, por favor pregúntale a María Fernanda Cabal que “confundió” youtubers con guerrilleros, u obras de teatro con ritos satánicos pro-marcha como denunciaba Lafaurie. En resumen, una histeria o delirio que se apodera de su bancada cuando el pueblo quiere decirle que no está haciendo las cosas bien. Y el paro sigue y sigues mal.

Si no cambia, presidente, no sé si para mi próximo cumpleaños siga estando en el cargo, o quizás sí y nada cambie. Sin embargo, siendo este un año de aprendizaje, lo cual es un poco ridículo porque los políticos vienen a gobernar y no a improvisar, de corazón espero que este pseudo-régimen acabe pronto y transforme su voluntad uribista por una más social, democrática, participativa e incluyente. No es cambiar, al menos, el plan de gobierno, porque más de 10 millones de personas votaron por ello, sino adecuarlo a las múltiples realidades del país. Eso espero para ocuparme entonces de cosas distintas a escribir cartas tontas.

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