Por: Manuel Raad Berrío
Mientras viajaba de Bogotá a Buenos Aires se vivía en ambos países elecciones que parecen reflejos recíprocos, pero que en el fondo cada una podría ser la realidad distópica de la otra. Dos democracias latinoamericanas cuyos péndulos electorales parecen moverse en direcciones cruzadas sirven de referente para lo que será el futuro del continente y, en ambas es evidente tanto la voluntad de cambio como la incertidumbre.
Ambas naciones muestran que las elecciones en América Latina no son meros rituales, sino verdaderos referendos que se viven apasionadamente y que dan síntomas sobre cómo los ciudadanos valoran el Estado, la economía y las prioridades de la sociedad: odios o amores, conservar o destruir, emoción o razón, radicales o moderados, son sólo algunas de las dicotomías que podemos ver a la carta y en todos los colores.
En Argentina, el triunfo de Javier Milei y su partido La Libertad Avanza en las elecciones legislativas del 26 de octubre de 2025 confirma que el electorado respaldó —al menos en cierta medida (40%)— su agenda de reformas económicas fuertes, que a la postre vienen dando resultados y que promete un bienestar sostenible, para quienes la transición ha resultado dura.
En Colombia, la elección interna del partido de gobierno para la candidatura de 2026 del senador Iván Cepeda muestra que más o menos la misma base que votó al Congreso por el pacto histórico en 2022 y que apalancó la candidatura presidencial de Petro, sigue ahí, intacta y con una dinámica de posicionamiento y búsqueda popular de nuevas figuras para engrosar su tablero político. Sin embargo, el resultado de la consulta del pacto histórico, aunque nada despreciable, solo representa alrededor del 7% del potencial electoral.
Ahora bien, ambos procesos – en Argentina y Colombia -reflejan un momento en el cual los ciudadanos no están tranquilos con lo que hay y están dispuestos a movilizarse y hacerse sentir. Esta dinámica puede traer más de una sorpresa.
Aquí es importante entender que hay un trasfondo económico común: inflación, problemas de gasto (en direcciones opuestas entre los dos países), deuda, presión social por condiciones de vida, y una sensación de que los modelos tradicionales de desarrollo no están funcionando. En Colombia se agrega un renacimiento de los Grupos Armados Ilegales y de la criminalidad organizada, que pone el tema de la seguridad ciudadana y la defensa de las instituciones en primerísimo lugar, para no volver a días aciagos de ingrata recordación. Pero, además, en ambos escenarios es preciso reconocer el impacto creciente de las nuevas economías, la cada vez más consolidada transición del papel moneda al dinero digital, del tránsito de la revolución de la fuerza que llamamos “industrial”, aún vigente y continua, a la revolución de la inteligencia, que podemos llamar “digital”, en fase de consolidación con la carrera de las nuevas tecnologías como la IA, la ingeniería genética, la bioinformática, la computación cuántica, y la robótica. Ambos requieren que todos los gobiernos sepan leer la nueva realidad y aportar más allá de buenos discursos electoreros, se requieren soluciones concretas, viables, dúctiles y autogestionables, esto es capaces de mejorarse a sí mismas continuamente.
Pero volviendo a los contrastes, estos son también muy significativos. En Argentina el proceso electoral refería a una elección legislativa de medio término, donde el presidente busca refuerzos para su proyecto de gobierno: la victoria de Milei sirve para darle mayor músculo al ejecutivo. En Colombia, el hecho es distinto: no se trata de una elección general presidencial ni legislativa de la magnitud de Argentina ahora, sino de una primaria interna del partido oficialista, pero el tono y lenguaje del ahora candidato Iván Cépeda, indican un cambio tendiente a la moderación alejándose, al menos en apariencia, del estilo cada vez más ampuloso del Presidente Petro. Sin embargo, nadie desconoce que Cepeda es un político forjado en el más puro y duro marxismo y su aparente moderación puede ser sólo, o por lo pronto, de un lenguaje conveniente para atraer más electores no marxistas.
Aquí podemos ver que el carácter de los proyectos también difiere. Argentina parece ratificar una apuesta fuerte hacia el liberalismo económico, el recorte del estado, la disciplina fiscal —en medio de críticas acerca del costo social—. Mientras que en Colombia el desafío manifestado en la consulta por los candidatos y los votantes, parece ser más respecto del estilo de la izquierda de Gustavo Petro, que encara sus contradicciones entre el diletantismo discursivo a veces incapaz de actuar con eficacia y el pragmatismo para elegirse y gobernar que suele requerir de consensos.
También el contexto internacional difiere. En Argentina tenemos a Milei abiertamente alineado con Estados Unidos y hasta la misma expresión del Presidente Trump (MAGA) es bandera en Argentina en traducción literal para “Hacer de Argentina Grande de Nuevo”. En contraste, en Colombia, el Presidente Petro, luego de gritar que hay que “cambiar a Trump”, ha sido señalado como “líder del narcotráfico” e incluido junto algunos miembros de su familia y gabinete en la infame lista Clinton. Ambos, como estrategia electoral apelan al nacionalismo, uno de resultados pragmáticos y otro aprovechando la revelación del enemigo externo para exacerbar los ánimos a su favor.
Para los ciudadanos, esto implica una decisión activa: no sólo elegir rostros o partidos, sino decidir qué tipo de país quieren: si uno donde el Estado recorta y posa la coyuntura en manos del mercado (Argentina), o uno donde el Estado se expande y asume el control de sectores que el mercado con ciertas regulaciones venía atendiendo desde las reformas de los años 90 (Colombia). Aquí me resulta imposible dejar de recordar las letras del filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila, más conocido en Alemania que en Colombia, para señalar que Comunismo y Capitalismo son dos caminos que se proponen para un mismo propósito. Asumimos el filósofo de Cajicá se refería al bienestar de las comunidades, pero el escenario histórico muestra que ninguna de estas opciones es pacífica ni garantizada, se requiere más ingenio y menos ideología. Los extremos se habían superado hace tiempos, con el advenimiento del intervencionismo de Estado para frenar los excesos del capitalismo. En Colombia se escucha con frecuencia decir: “Tanto mercado como se requiera y tanto Estado como sea necesario.”
El mensaje, para quienes seguimos el pulso político en la región, es claro: en América Latina no basta con ganar elecciones, hay que gobernar con capacidad de entregar respuestas concretas. Y mientras tanto, los viajes —físicos o simbólicos— entre realidades tan cercanas en distancia, pero tan distintas en dinámica, nos permiten ver que el mapa político no es el mismo: cambia país a país, región a región, elección a elección, y en manos de cada ciudadano está la decisión más importante: decidir más allá del voto para trabajar en construir el país que soñamos.











