En la última década del siglo XIX, Cartagena enfrentaba un desafío significativo en su infraestructura comercial. Entre 1888 y 1890, la ciudad comenzó a considerar la necesidad de construir un mercado público que pudiera suplir la creciente demanda de un espacio organizado para el comercio. Durante este periodo, Rafael Núñez se encontraba en su tercer mandato presidencial y Antonio Gambín era el alcalde de Cartagena. La antigua plaza del mercado, situada en lo que hoy conocemos como la Plaza de la Aduana, consistía en vendedores de pescado, pequeños graneros y una carnicería, distribuidos de manera informal y desorganizada.
La solución a esta desorganización llegó con la construcción del Mercado de Getsemaní, un proyecto que se hizo realidad en 1904. Este mercado fue parte de un conjunto de obras destinadas a conmemorar el centenario de la independencia de España, celebrado en 1911. Diseñado por el arquitecto Luis Felipe Jaspe Franco y construido por Joaquín Nicasio Caballero Rivas bajo la dirección de Jaspe, el Mercado de Getsemaní fue inaugurado en febrero de 1904 en la ubicación actual del Centro de Convenciones de Cartagena. La estructura se dividía en varios sectores: un área para carnes, que abrió en 1920, y una para granos, en funcionamiento desde 1925. Además, en 1955 se añadió un pabellón para zapaterías y otros comercios, adaptándose a las necesidades de los cartageneros de la época y facilitando las compras en una época en la que no existían centrales de abastos.
El Mercado de Getsemaní se convirtió en un importante centro comercial, representando un punto de convergencia para habitantes de diferentes estratos sociales. Sin embargo, con el tiempo surgieron varios problemas. La expansión descontrolada de vendedores informales, la invasión del espacio público, la deteriorada infraestructura, y un deficiente ambiente de trabajo comenzaron a hacer mella en el mercado. La situación se agravó el 4 de septiembre de 1962, cuando un devastador incendio conocido como “El Gran Incendio” arrasó con numerosos negocios y dañó parte del techo del pabellón principal. Estos eventos evidenciaron la necesidad de construir un nuevo mercado.
El 20 de julio de 1978, el antiguo Mercado de Getsemaní se encontraba en un estado de ruina y abandono. El lugar, que había sido vibrante y bullicioso, se había convertido en un esqueleto de lo que había sido. Al día siguiente, los habitantes de Cartagena encontraron el área despejada, dando paso a un horizonte limpio que se extendía hacia la bahía.
Gustavo Lemaitre Román y José Henrique Rizo Pombo fueron los encargados de liderar la construcción del nuevo mercado, cada uno desde sus respectivas administraciones. Para enero de 1978, los trabajadores fueron trasladados a la nueva plaza, y el Mercado de Getsemaní comenzó a ser demolido. La introducción del mercado en la ciudad durante los años setenta también impulsó la necesidad de modernizar el mercado.
El 22 de enero de 1978, Cartagena presenció un evento significativo: el traslado de los dos mil quinientos vendedores del Mercado de Getsemaní a las nuevas instalaciones del Mercado de Bazurto. Este traslado, al ritmo de las papayeras, marcó el inicio de una nueva era para el comercio en la ciudad. El cuarenta por ciento de los comerciantes ocupó sus nuevos locales en un espacio amplio y moderno, muy diferente de las estrecheces del antiguo mercado. A medida que avanzaban las semanas, las mudanzas, demoliciones y limpiezas continuaron transformando el antiguo sitio, que algunos comparaban con un tumor que debía ser extirpado.
Hoy en día, el Mercado de Bazurto se ha consolidado como el principal centro de abastos y víveres de Cartagena, y uno de los más grandes y concurridos de la ciudad. Ofrece una amplia gama de productos, desde pescado, carne, frutas y verduras hasta ropa, artesanías y electrodomésticos. Aunque no es un destino turístico popular debido a preocupaciones de seguridad y a las duras críticas que recibe, el mercado sigue siendo un punto vital para los locales.
El Mercado de Bazurto es una parte fundamental del tejido económico y social de Cartagena. Su vibrante oferta de productos y el entorno sensorial único que proporciona contrastan marcadamente con el pulido centro histórico de la ciudad. Es un lugar donde los cartageneros encuentran lo que necesitan a buenos precios, directamente de quienes cosechan, pescan o preparan los productos. Además, sirve como un punto de encuentro para personas de diferentes estratos sociales, desempeñando un papel crucial en la vida diaria de muchos hogares y sectores económicos de la ciudad. Su importancia radica en ser el corazón comercial de los barrios, donde se entrelazan las historias de aquellos que, desde muy temprano en la mañana, se esfuerzan por asegurar el sustento de sus familias.