La euforia colectiva activó un fenómeno social, ilusionados y esperanzados en el cambio y que se perpetuó en el poder los cuatro años de su mandato. Sí, hablamos de una mala administración, que al pasar del tiempo, sus propios electores poco a poco fueron desilusionados al ver la cruda realidad.
A pesar de la horrible noche que ha dejado cicatrices en la ciudad, no podemos perder la esperanza, es posible que se abra una ventana de oportunidad para una restauración profunda y significativa, llena de expectativas importantes sobre la construcción de una ciudad mejor.
La primera piedra que remover para la restauración de Cartagena debe ser la cara abierta a la transparencia y la rendición de cuentas. La administración responsable de los recursos públicos es crucial para deshacer los nudos de la mala gestión. La ciudad necesita líderes comprometidos con la integridad, dispuestos a trabajar en pro del bienestar colectivo y no de intereses personales.
La planificación urbana debe ser un pilar central en este proceso que se viene. La revitalización de espacios públicos, la preservación del patrimonio histórico y la creación de zonas verdes no solo embellecerán la ciudad, sino que también mejorarán la calidad de vida de los cartageneros. Es esencial una visión a largo plazo que trascienda los ciclos políticos, garantizando la continuidad de los esfuerzos de restauración.
Por otro lado, la participación ciudadana es un elemento clave. Cartagena es un tesoro compartido, y los ciudadanos deben ser parte activa en la toma de decisiones. Debemos modernizar más las Consultas Ciudadanas, los foros abiertos y la utilización de las redes sociales pueden ser herramientas efectivas para recoger ideas y opiniones diversas, construyendo así una visión colectiva para el renacer de la ciudad, aprovechando los espacios digitales a un click de los dirigentes, ya que revelan su gestión por estos medios.
La inversión en educación y capacitación es otro pilar esencial e importante. Debemos desarrollar habilidades locales y fomentar la educación cívica como “no arrojar la basura en la calle” y “no pisar la cebra”, lo que contribuiría a la formación de ciudadanos informados y comprometidos. Además, una fuerza laboral capacitada es fundamental para atraer inversionistas y empresarios y estimular el crecimiento económico.
En ese orden de ideas, considero que es menester aunar esfuerzos con el sector privado y organizaciones no gubernamentales, y, así, potenciar los esfuerzos de restauración. Las alianzas estratégicas pueden proporcionar recursos financieros, conocimientos especializados y un impulso adicional para proyectos clave que revitalicen la economía local.
En última instancia, la restauración de Cartagena de Indias requiere un enfoque integral, es decir, generalizado en todos los frentes donde la ética, la visión a largo plazo y la participación ciudadana se entrelacen. Es un camino desafiante, pero también viene una nueva oportunidad para que Cartagena renazca de las cenizas de la mala gestión y su mala administración que ha sufrido por años.