Los carnavales de la Heroica surgieron durante la época colonial, eran una celebración vibrante que marcaba la diversión antes de la penitencia de la Semana Santa. Durante estas festividades, la población se entregaba a la alegría, consumiendo licor, especialmente chicha y ron, y disfrutando de bailes, peleas de gallos, obras teatrales y corridas de toros. La ciudad se transformaba en un bullicioso escenario poblado de saltimbanquis, embaucadores y vendedores de baratijas, acompañados por gitanos errantes y músicos.
A medida que se consolidaron, estos carnavales adquirieron renombre, coincidiendo con celebraciones similares en otras partes del mundo y culminando el martes antes del Miércoles de Cenizas. A pesar de su popularidad, durante el siglo XIX, incluso tras la independencia, las festividades mantenían una estricta jerarquía social y racial, limitando la participación de diversos grupos.
Estos eventos también fueron esenciales para el desarrollo de ritmos autóctonos como la cumbia, el porro y el mapalé, que se consolidaron en el contexto de otras celebraciones, como el fandango y las fiestas en honor a los santos. Sin embargo, a inicios del siglo XX, la atmósfera festiva comenzó a deteriorarse. Las celebraciones se convirtieron en un terreno de conflictos, donde la diversión se mezclaba con la violencia. La gente celebraba desde el sábado hasta el amanecer del lunes, dando lugar a riñas y desórdenes.
Lo que alguna vez fue un espacio de sana celebración se transformó en un entorno problemático, donde proliferaban borrachos, jugadores empedernidos y delincuentes. Las festividades, que antes eran sinónimo de alegría, comenzaron a dejar un legado de heridos y tragedias. Con el tiempo, estas celebraciones languidecieron hasta desaparecer en los albores del siglo pasado.
Fuente. Artículo del Dr. Pedro Covo Torres
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