La Irracionalidad y la Propaganda Política

Por: Luis Daniel Londoño Vega

Asistimos a un momento de la historia en el que la política ha mutado de ser el escenario de debate en defensa de la mejor forma de administrar los recursos para todos, para pasar a ser un espectáculo mediático casi igual a la promoción de una marca en el mercado.

La propaganda no se dirige a la razón, sino a la emoción. Procura influir emocionalmente sobre los sujetos para someterlos luego también desde el punto de vista intelectual. Esto influye sobre el votante, acudiendo a toda clase de medios: la incesante repetición de la misma fórmula utilizando eslóganes de campaña, rimas pegajosas, conceptos fabricados como armas arrojadizas; también el influjo de la imagen de alguna persona de prestigio como un artista, científico, deportista (tal como hacen las industrias para vender una mercancía al fotografiar un reputado actor de Hollywood tomándose una cerveza o cualquier refresco); y especialmente -la técnica más usada- mediante el terror. Las empresas señalan el peligro de alguna enfermedad o del “mal aliento” en caso de no adquirir el producto que ellas ofrecen. De esta forma, los partidos políticos advierten sobre la destrucción, hambre y miseria que ocasionará elegir a sus contradictores. Todos estos métodos son esencialmente irracionales, no tienen nada que ver con la intención de las ideas representadas por los partidos y apagan -o incluso matan- la capacidad crítica del votante.

Durante los primeros tiempos de la democracia, existían asambleas frecuentes en donde participaba toda la población de la ciudad -exceptuando el desafortunado comienzo de excluir a las mujeres-. Votar era, por lo tanto, algo concreto y en dicho acto el individuo se sentía parte de la construcción de algo. Hoy en día el votante se ve frente a partidos políticos enormes, tan grandiosos y lejanos de sí como las gigantescas organizaciones industriales.

Los problemas políticos son ya complicados por naturaleza y se vuelven aún más confusos debido a la intervención de todo tipo de recursos mediáticos que tienden a oscurecerlos. El peligro de este tipo de formas de hacer campaña es que existe una ficción no tan evidente: los partidos políticos fingen dirigirse al juicio crítico del votante, lo hacen intentando apagar las sospechas del individuo y ayudando a engañarse a sí mismo acerca del carácter autónomo de su decisión.

La democracia es una indudable conquista social. Pero deberíamos denunciar insistentemente que la condición que posibilita la existencia real de la democracia es el acceso a la información y el conocimiento. La política es persuasión y seducción de la mente del votante. No le compete a dicha disciplina transformar eso, como sí a nosotros fortalecer los conceptos para no ser timados con estas formas emocionales más parecidas a un comercial de Coca-Cola; por lo tanto, la posibilidad de luchar en contra de los discursos que ocultan u obscurecen los problemas sociales solo la podremos encontrar en la profundización del conocimiento filosófico, entendiendo por supuesto que el conocimiento no debe ser un proceso de erudición auto-complaciente y narcisista, sino que debe estar siempre enfocado hacia la empatía. Nos dijo Orwell “lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”. Con el permiso de este gran escritor me gustaría decir que lo importante no es saber, sino conocer la función y la responsabilidad social de tu saber.

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