Por José Luis Osorio Galvis

Abogado y Magister en Derecho de la Universidad de Cartagena.

Una de las primeras ideas que fundamenta la Teoría del Estado, es que todo poder social deriva de la organización. Una comunidad, en tanto “organismo colectivo” está constituida de los muchos individuos que la integran, cada uno como potencia y como libertad. Sin control, el encuentro humano tiende al caos y a la violencia. De allí que el filosofo griego mas importante de todos los tiempos señalara que “una sociedad sin normas dura el tiempo suficiente que sus integrantes demoren en desintegrarse”.

Cartagena desarrolla este momento histórico en el paradigma económico global de una sociedad liberal y de mercado, que ademas de ser incapaz de organizar la vida urbana con acceso al capital para la totalidad de su población, no ha podido consolidar una institucionalidad lo suficientemente solida para encausar las voluntades colectivas en un funcionamiento publico organizado y con propósito. En Cartagena se vivie el día a día, como si no hubiese futuro esperando y como si todos los esfuerzos debieran ser concentrado en librar la inmediatez de una realidad azarosa y convulsa, regida por la escasez de oportunidades y de bienestar.

Las sociedades modernas y especialmente los estados post-industriales, practicantes de un capitalismo liberal, generan en sus individuos mayores aspiraciones y beneficios que los tres originarios que señala Tomas Hobbes en una comunidad política: (1) la preservación de la vida, (2) de los bienes y (3) de la honra. En las sociedades globalizadas las relaciones humanas se vuelven mas proliferas, y así mismo, aparecen retos organizativos de mayor escala y complejidad. Una de las mejores formas que se tiene para otorgar organización, tanto a una sociedad, como a las instituciones, es dotarla de una visión de futuro. Un norte, un propósito, una búsqueda hacia donde poner la mirada y los esfuerzos. Porque como dice el refrán popular, quien no “sabe para donde va cualquier bus le sirve y en cualquier parada se queda”.

En Cartagena es urgente una visión de futuro, un sueño común en el que podamos sembrar los esfuerzos de la ciudadanía, del Estado, del sector empresarial y de la Academia. Se requiere ambición de un futuro que esté por encima de los gobiernos de turno, y que suponga el reto de varias generaciones. Como lo expreso el filósofo Antonio Gramsci, “la conciencia de las cosas es el camino para modificarlas”, de igual forma, el cambio de Cartagena empieza por la conciencia de eso que queremos ser como ciudad, nuestra aspiración y nuestro destino. Sin este norte, sin esta mirada al mediano y largo plazo, seguiremos viviendo el día a día, ocupados de la supervivencia cotidiana, sin un paraíso que nos espere como horizonte para guiar los pasos del ahora.

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