Por: Pluma Kribe. Pensar en Cartagena evoca en el imaginario social: playas, fiestas, murallas, historia. No obstante, desde antaño, la realidad de lo que la prensa ha denominado “la otra Cartagena” es una realidad palpable que exterioriza diversas crisis y problemas sociales que parecen perpetuarse cada vigencia hasta el punto de establecerse como barreras insuperables. Estas barreras fragmentan y polarizan una idea de ciudad que el día de hoy parece continuar siendo lo que siempre ha sido: una utopía. Sin embargo, más allá de las primeras imágenes mentales que se pueden crear al escuchar leer o asociar la palabra “Cartagena” existe una problemática que convive día a día con esta en las sombras, y configura el punto de partida de esta opinión. Por año, los gobiernos locales han intentado “Invisibilizar” esta situación procurando mantener un modelo que impulsa el crecimiento turístico de la ciudad concentrando el turismo solo en la denominada “Ciudad Histórica” y la creciente “Zona Norte” obviando las potencialidades que pueden crearse en la periferia de este terruño, hegemonizando así la crisis de las “Dos caras de Cartagena, en la que se le da valor solo a un lado de la moneda y se deseña el símbolo del otro. Estas crisis, en una ciudad que intenta ser exponente turístico abren diversas lecturas a la problemática, a saber: ¿por qué si las cifras de visitantes aumentan y el flujo económico igual, las brechas entre la Cartagena de las portadas y la Cartagena de la miseria se mantienen? Y la respuesta parecer ser tan sencilla pero tan compleja que poco o nada se discute en los programas de gobierno la forma de dinamizar la oferta de servicios turísticos a las zonas alejadas. Un claro ejemplo del impacto del turismo en zonas que tradicionalmente han sido golpeadas por la delincuencia y la violencia es el turismo urbano de Medellín volcado hacia la comuna 13. ¿Tiene lugares Cartagena para emular lo realizado en Medellín? La respuesta para los nativos cartageneros es sencilla: sobran los lugares alejados del centro que pueden ser testigo de una transformación social orientado a un turismo responsable que permita visibilizar desde la cultura tours inmersivos que hagan que el dinero no solo circule en el centro histórico, sino que efectiva y realmente impacten los barrios más necesitados de la ciudad. Por mencionar algunos barrios o sectores de la ciudad, se puede indicar que hay potencialidades turísticas no exploradas debido a que se desconoce que lo feo también es una categoría estética del arte, entre ellos se puede pensar rápidamente en: Bazurto: “Ruta gastronómica alrededor de la comida caribe. Transformando el escenario de la ciénega de las quintas en miradores, pequeños muelles” Las faldas de la popa: “Escenario que emula las favelas brasileñas, y permite actividades de senderismo, vistas panorámicas de la ciudad y turismo histórico- religioso-paranormal. • la plaza de toros: lugar emblemático, reflejo de la consolidación y la colonia española en la ciudad de Cartagena. Cartagena de Indias, la heroica, el corralito de piedras, la capital de Bolívar no puede. Si aspira a consolidarse como destino turístico, seguir siendo narrada únicamente desde la postal o la promoción turística de murallas, fiestas y playas. La ciudad, como colectivo y desde sus gobernantes enfrenta al reto de asumir su complejidad ambivalente y reconocer que la exclusión sistemática y prolongada de sus periferias y sectores marginales no solo perpetúa desigualdades, sino que limita su verdadero potencial como destino cultural y humano. Por tanto, la solución para romper con las “dos caras” no radica en ocultar lo que incomoda, sino en visibilizarlo, exponerlo y resignificarlo como parte de una identidad colectiva que también merece ser contada y conocida. Experiencias como las de Medellín demuestran que el turismo puede convertirse en un motor de transformación social cuando se construye desde la memoria, la resiliencia y la participación comunitaria. Cartagena, con su riqueza histórica y cultural dispersa en barrios invisibilizados, tiene la oportunidad de transitar hacia un modelo más justo de desarrollo turístico: uno que no solo genere divisas para unos pocos, sino que abra caminos de inclusión, empleo y orgullo para sus habitantes. Uno que refleje el concepto de economía popular. Que deje ganancias no solo en grandes compañías hoteleras o en millonarios poseedores del Centro Histórico, sino que incluya al ciudadano olvidado. En últimas, el verdadero valor de Cartagena no está en esconder su realidad. La moneda vale por sus dos caras, no por la del precio. Una moneda sin símbolo no es más que un metal inservible. Debe entonces, Cartagena, hacer de sus desigualdades símbolos de resistencia y esperanza. La ciudad será realmente patrimonio de la humanidad cuando logre reconciliar sus dos caras y comprender que la solución siempre ha estado en la aceptación y no en negación de lo que es.