A mediados del siglo XX, Cartagena era una ciudad donde el tráfico vehicular se regulaba de manera casi orgánica, sin la presencia de semáforos. Las calles, especialmente en las zonas más transitadas, dependían de rotondas para organizar el flujo de vehículos y peatones, en una coreografía caótica pero funcional. Sin embargo, la expansión turística en la zona de Bocagrande trajo consigo la necesidad de adoptar medidas más modernas de control del tráfico.
Fue así como, a principios de los años 70, se instaló el primer semáforo en Cartagena, marcando un hito en la historia urbana de la ciudad. Este primer semáforo se ubicó en una avenida clave que conectaba Bocagrande con la Torre del Reloj y la Avenida Pedro de Heredia, en un momento en que Bocagrande se consolidaba como el principal destino turístico de Colombia.
La novedad del semáforo generó tanto expectación como confusión entre los habitantes. Acostumbrados a las dinámicas de las rotondas, muchos no comprendían cómo interpretar las luces que ahora dictaban el ritmo de la ciudad.
Las preguntas sobre cuándo cruzar o detenerse se convirtieron en un tema recurrente, dando lugar a situaciones de desconcierto y a más de una anécdota pintoresca.