Jueves 7 de febrero, en horas de la tarde a eso de las 5:15 Pm, una noticia conmovió al país, luego de 20 minutos de arduos esfuerzos de parte del personal médico de la IPS Universitaria, anunciaron que fallecía Fabio Legarda tras ser víctima de un disparo en la cabeza que le dejó herido de gravedad y le causó muerte cerebral.
Es abrumador ver lo perdido que está nuestro país, darse cuenta que los tiempos de violencia nunca se han ido y que por lo pronto no se irán, pero ¿sabe usted que es lo peor de todo?, que la violencia ha trascendido y ya no solo se reserva a los insultos, a los golpes o a los disparos. No hace mucho pudimos ver como Paola Moreno, una madre soltera de Ibagué de tan solo 32 años, desesperada, abrumada, asfixiada y atormentada por los problemas personales y por prestamos informales (los cuales se han hecho muy populares en el país), los tal llamados “gota a gota”; decidió quitarse la vida, saltando de un puente y llevándose la vida de su hijo un niño de tan solo 9 años de edad con ella.
La violencia se lleva muchas vidas de golpe como en el caso de los 21 muertos y 68 heridos que dejó el estallido de un carro bomba al interior de la Escuela de Cadetes de la policía al sur de Bogotá.
En Colombia no hace falta el agua para que llueva, cuando es con sangre que todos los días al país se riega. Nos estamos matando desde el inicio de nuestra historia, en el comienzo lo hacíamos por libertad, luego por diferencias políticas, mas tarde por el hambre del poder, años después el terrorismo se llevó la bandera y la atención de la prensa hasta que llegó el narcotráfico y se coronó dueño y señor del crimen y la maldad de esta nación. Sin embargo, hoy 26 años después de que acabasen con la vida del más grande capo del narcotráfico de la historia Pablo Emilio Escobar Gaviria, 3 años después de la firma del acuerdo de paz que hacía que la guerrilla más vieja del mundo y que por 50 años derramó sangre por todo el territorio nacional en una guerra que se pudo haber evitado si se hubiesen callado los rifles y se hubiese dado paso a las palabras. Nos damos cuenta que la violencia no se ha ido y que ha mutado para hacerse mas fuerte y permanente en nuestro día a día, la mortandad la llevamos hasta los tuétanos y hasta el momento no hemos hecho más que colocar “pañitos de agua tibia”.
El periodo llamado por los historiadores como “la violencia” el cual señalan que fue de 1948 hasta 1966 no cesó y yo me atrevería a decir que se han equivocado en las fechas, porque la historia nos demuestra que la crueldad y la guerra han estado presentes desde el comienzo de nuestra historia y está mas presente que nunca en nuestros días.
Tenemos que pensar en algo y es que no solo murió Legarda, un joven artista y soñador de Medellín, no, actualmente en Colombia están matando miles de sueños al día y todo el país se hace cómplice con el silencio. En promedio un líder social es asesinado cada día por defender los derechos de la gente del común, lideres que entregan sus vidas luchando por el sueño de restitución de tierras de familias campesinas, no hace mucho 21 cadetes de policía perdieron sus vidas por un cobarde atentado planeado por el ELN del que fueron víctimas, el cual les privó de cumplir su sueño, su sueño de dar seguridad al ciudadano.
La violencia ha cambiado tanto que no solo la vemos en su forma física sino en la violencia psicológica generada por el ambiente en el que se vive, hasta llegar a el ahogo y no poder lidiar más con los problemas, como dijo alguna vez un profesor de la facultad de derecho de la Universidad de Cartagena: “El suicidio es la confesión de que se ha sido sobrepasado por la vida”. Y así es, sobrepasado por una vida la cual se asemeja a un gotero el cual en nuestro país va goteando cada vez más rápido y de “gota a gota” a muchos termina ahogando.
Ese no fue solo el caso de la madre de Ibagué, es el caso de miles de colombianos los cuales terminan sucumbiendo ante la adversidad. De hecho, la violencia traspasa nuestra imaginación y se hace surreal, digna de García Márquez, cuando vemos en la prensa que los habitantes de puerto Valdivia lloran al ver que hoy el río cauca el cual era uno de los ríos más caudaloso del país, hoy pasó a ser no más que una simple quebrada. El río que a muchas familias les daba para vivir y para comer hoy solo les deja desesperanza y dolor, mientras aún hay quienes defienden a los responsables.
Nuestra madre patria como buena madre colombiana no se irá a dormir hasta que sus hijos lleguen a casa y estén sanos y salvo. La mortandad que se ha vivido en estos días no es más que el reflejo de toda una historia de un país violento y sanguinario.
¿Qué haremos para cambiar esta triste y desgarradora historia?, las únicas soluciones que da el gobierno tienen que ver con más guerra, ¿hasta cuando seguirán sin darse cuenta que las balas no se callan con más balas?, hay que estar atentos ya que cierto sector político ahora quiere legalizar las armas para así crear en la gente una falsa sensación de “seguridad”.
Pensemos en algo, busquemos las raíces de esta grave crisis; nos daremos cuenta que toda esta situación actual, sin contar el precedente histórico es una consecuencia del desempleo, del endeudamiento, del miedo, la inseguridad y la censura que vivimos en el día a día los ciudadanos. Teniendo en cuenta eso podríamos empezar a señalar cabezas sobre las cuales recae la responsabilidad, sin embargo, si analizamos de una forma critica los sucesos notaremos algo y es que más que estos hechos sean el reflejo de un gobierno corrupto e indiferente a las necesidades sociales, son el reflejo de toda una sociedad enferma y que derrama su llanto, rogando por un poco de misericordia.
Esta columna es exactamente eso, un llanto escrito que desahoga y ruega a la vida por un poco de misericordia.
// Daniel Herrera