Y otras antologías surgidas durante las protestas en Colombia

Por Ana María Jiménez Rada

Por estos días resuena una desgastada consigna que sale a relucir cada vez que este u otro país se encuentra pendiendo entre el desaforado accionar de la ley y del pueblo. Variedad de sectores en las esferas públicas y privadas se enfrentan en una contundente batalla de aforismos con la intención de sentenciar una verdad definitiva; padres imponiendo a los hijos, hijos disputando con los padres, medios de comunicación lanzando llamaradas de datos de noche y de día, y todo confluye en una cantidad abrumadora de opiniones cuyo objetivo se desconoce.

Esta situación se suma a la violencia desmedida de los últimos días, la falta de progreso visible y la creciente desconfianza en las instituciones públicas, y parece no quedar otro remedio que resignarse a sufrir los efectos de esta consigna: Salir a marchar no sirve de nada. Una premisa tan sencilla como contundente.

Frente al panorama nacional me he tomado la labor de cuestionar mis propias consignas y preguntarme si hay algo de razón en ello. Si se mira detenidamente la historia, ¿qué es lo que realmente se ha logrado como consecuencia de la presión que ejerce el colectivo nacional vociferando en las calles su descontento al unísono?

Mahatma Gandhi y cientos de sus seguidores decidieron recorrer casi 400 km en 1930 con la intención de denunciar el monopolio británico sobre las minas de sal de la India, una hazaña que marcó un precedente en las leyes británicas y permitió que los hindúes se independizaran 18 años después de aquella Marcha de la sal.

Es probable que las manifestaciones multitudinarias de Mahatma Gandhi no representen hechos dignos de reconocimiento para aquellos que estigmatizan la protesta social como un acto despreciable en la sociedad. Muchos reparos han de tener sobre este tipo de sucesos: el contexto social, el tiempo de respuesta, y otro sinfín de objeciones propias de cada pensamiento.

En este orden de ideas, es necesario mencionar la participación del movimiento sufragista, el cual alcanzó su objetivo hasta 1918 tras una larga lucha legal, política e ideológica para el reconocimiento de las mujeres en la vida pública; un acontecimiento que se extendió por el mundo entero y sigue marcando la vida de muchas generaciones después. Sería redundante mencionar de qué forma se hizo notar el descontento sobre la situación de aquel entonces, sin embargo, también a esto se encuentran muchos reparos pese a que los efectos del movimiento sufragista se mantienen vigentes hasta nuestros días.

Como último recurso me permito mencionar el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos y que tuvo sus inicios con el boicot de autobuses de Montgomery en 1955. Muchos recuerdan el aclamado discurso de Martin Luther King en agosto de 1963 y la famosa frase de “Yo tengo un sueño”, ignorando (tal vez) que se pronunció en el contexto de un evento de magnitud histórica conocido como la Marcha a Washington, a la que acudieron más de 250 mil personas y que desembocó en la proclamación de las leyes de los Derechos Civiles y del Derecho al Voto sin restricciones raciales.

Visto desde esta perspectiva (y sin creer ególatramente que debe ser la única) afirmar la inutilidad de las marchas sería deslegitimar que estas causas sociales, y muchas otras no tan conocidas, fructificaron en beneficios colectivos gracias a la acción impetratoria de un pueblo cansado del status quo.

Aterrizamos entonces en la pregunta principal: ¿por qué salir a marchar no sirve de nada en este país?

Tal vez salir a marchar no sirve debido a la violencia desmedida de la fuerza pública hacia los civiles y de los civiles hacia la fuerza pública; en pocas palabras: el pueblo contra el mismo pueblo. Tal vez no sirve salir a marchar mientras pulula el fantasma del adormecimiento selectivo de los medios de comunicación sobre los asuntos concernientes a su propia profesión. Tal vez no sirve salir a marchar cuando la estigmatización de marchantes y no marchantes permea las relaciones públicas y privadas, poniendo en el centro una jauría de opiniones políticas y no los problemas de raíz. Tal vez no sirve salir a marchar por estas y otras posibles causas que habrían de revisarse con escarmiento.

Ante el panorama de indefensión e incertidumbre hay una cosa que debe ser cierta: si usted no tiene la convicción de marchar está en su derecho, como ciudadano, de no hacerlo; de todas formas, hay gente que ya lo hace por usted y muchos tantos.

Ahora bien, si aún con todo en contra usted decide salir a salir a marchar ejerciendo su aclamado derecho constitucional, pero es perseguido por la agobiante tentación de, durante las próximas elecciones, regalar su voto por el precio de un mercado o un puesto de trabajo para su familia, le suplico, piénselo dos veces, considere su decisión y, si aún no se siente convencido, no salga, por favor, no vaya a marchar; porque, haciendo acopio de la consigna del día: no sirve de nada.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.