Por Ricardo Barrios Montes
Gente joven en un principio que sale a protestar, gente formada, hiperactiva y muy bien conectada empujan la rebeldía cívica hacia las calles del país para hacer frente a los problemas endémicos de un brumoso paraje cuyo blasón pide llamarle república.
Es la patria boba, por allá de 1810, muy boba hoy, cuando no tiene consecuencia distinta a convertirse en una nación paría. En el fondo lo que hoy se vive es el llanto de la desesperación de un país que busca derrotar sus males en la calle, sin miedo, sin nada más que perder.
Algunas peticiones que resultan generales para el país, yacen en una especie de ola que llegan desde las regiones más remotas como una nueva forma de participación política, esta vez en manifestaciones multiclases, en términos de demanda y reivindicaciones. Una catarsis colectiva que desborda las calles de energía en pueblos y ciudades, una primavera a la colombiana de la que también brotan lecciones de comunicación política.
Las políticas desconectadas del reclamo ciudadano, un gobierno convertido en azote para la gente y el continuismo de un estado de derecho que tambalea, es en el fondo un gobierno que no quiere o no puede resolver los problemas como la ciencia política lo precisa a través del consenso. A estas alturas, la fuerza deja de ser la última opción en la contención de la protesta y pasa a ser casi la primera medida de gestión política, aquí es donde se evidencia la crisis de un sistema, de un gobierno que le da pavor ver a la gente en la calle así sea rezando, ¡por dios!
La paz social tiene un costo y es la construcción de sociedades justas. La Colombia profunda del campo y las fronteras la están esperando, especialmente el campo con la que tiene una vieja deuda cincuenta años aplazada.