Por Andrés Betancourt

Este, queridos cartageneros, no ha sido un buen año para nuestra ciudad. El 2017 nos deja como saldo un sinnúmero de familias sobreviviendo en condición de pobreza, vulnerabilidad y exclusión. La tragedia social de la violencia –en todas sus manifestaciones- sigue siendo una herida abierta que no encuentra sutura en las instituciones de gobierno. Los resultados en educación tampoco son alentadores: La cobertura neta no llega al 80 %, mientras la calidad y pertinencia de la formación una vez más quedan en entredicho tras los bajos resultados alcanzados en las pruebas Saber Pro.

El trabajo informal, con todo lo que implica, se sostiene como la principal fuente de ingreso de muchos hogares que se las arreglan para subsistir con mil o dos mil pesos diarios. Esta realidad, de acuerdo con el Departamento Nacional de Planeación (DNP), se refleja en los datos que ubican a Cartagena, después de Quibdó (Chocó), como la segunda ciudad del país con la tasa más alta de pobreza monetaria. Nuestro sistema de salud es deficiente, costoso y sobre todo incapaz de brindar respuestas oportunas a las demandas ciudadanas.

Los hechos de descomposición pública en el año que termina, además, aumentaron la desconfianza de la ciudadanía en sus dirigentes. Nuestra democracia ha sido manoseada por cuenta de un escándalo de corrupción sin precedentes que devino en la detención y posterior renuncia de quien fuese elegido alcalde de la ciudad.

No podemos permitirnos que este tipo de situaciones se naturalicen en un territorio que tiene todo el potencial para acoger a sus ciudadanos y visitantes en condiciones dignas. Aunque las dificultades descritas parecieran cercenarnos la esperanza, nuestra capacidad de trabajo colectivo no ha disminuido. Los movimientos sociales continúan resistiendo con fuerza, librando batallas por la garantía de los derechos humanos, mientras se fortalecen nuevos liderazgos cívicos, dispuestos a defender una ciudad que nos pertenece a todos.

Durante mi tiempo de formación y carrera política he tenido la oportunidad de visitar todos los barrios que tiene Cartagena. En cada recorrido vuelvo a reconciliarme con la esperanza en las comunidades que se ayudan. Cuando un vecino tiene un problema, siempre encuentra solidaridad entre sus amigos del barrio y esta es una práctica que tenemos que incorporar en nuestro relacionamiento cotidiano con la ciudad.

El 2018 debe permitirnos alzar la mirada y trabajar en el propósito común de superar los prejuicios para superar la crisis, de garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad, acorde con el reto global que busca promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos. La educación ha de ser una prioridad si queremos tener una ciudad más segura, productiva y sobre todo libre de violencia, pobreza y exclusión.

Las discusiones del 2018 deben girar en torno al propósito de recuperar a Cartagena para su ciudadanía y emprender el camino de su verdadero progreso. Los desafíos a los que nos enfrentaremos son complejos y profundos. Pero juntos les haremos frente. La historia hablará de lo que hicimos para ganarle a la desesperanza y empezar a andar el camino de una Cartagena con un nuevo destino, marcado por la solidaridad, la humanidad y la responsabilidad.

Deseo de todo corazón que podamos compartir un nuevo año muy alegre al lado de nuestras familias y que el 2018 nos permita trazar un nuevo horizonte para levantar una Cartagena mejor entre todos y para todos.