“Las enfermedades no nos llegan de la nada…” Hipócrates.

Por Álvaro Morales de León

En uno de los capítulos del bíblico e histórico libro de los Jueces se da cuenta de Sansón como uno de los últimos que ejerció funciones de líder militar, espiritual y gobernante en el antiguo Israel y que se caracterizó por su descomunal fuerza y valentía con la que defendió a los hebreos de los filisteos empleando la fortaleza que conservó hasta que obedeció la promesa dada a su madre por parte del Dios de Israel.

Pero el joven Sansón, no resistiendo los encantos de la filistea y engañadora Dalila con la que entró en confidencias tuvo la debilidad de confesarle el secreto de la fuerza con la que fácilmente vencía a los enemigos de los israelitas, cayendo así en la trampa tendida y para la que se prestó la bella mujer que no demoró en revelarles a sus aliados, los filisteos, el sigilo de su pretendiente fortachón.

Sansón, que había perdido la fuerza por su desobediencia al revelarle a su engañadora enamorada el secreto de su vigor, no sólo fue hecho prisionero de los filisteos, sino que, además, habiéndosele sacado los ojos lo sometieron a burlas en los festejos religiosos de su dios, finalizando uno de ellos en su templo, donde Sansón invocando al Dios de Israel recobró sus fuerzas momentáneamente, pero para derrumbar el templo y gritar “Muera yo y los filisteos”.

El anterior y descriptivo relato de la historia bíblica es para contextualizarlo con la desobediencia a las normas de bioseguridad, el desorden y el desmedido desacato a las disposiciones de gobierno para el control de la Pandemia, especialmente por parte de los jóvenes, quienes propiciando el contagio con el coronavirus dejan al descubierto el desprecio por su vida y la vida de sus inocentes víctimas.

Ningún gobierno por eficiente que sea podrá disponer de un policía o de un guardián para que cada persona, o grupos de ciudadanos asuman su responsabilidad de obedecer y cumplir con el autocuidado que tanto se enfatiza.

Las revelaciones que se hacen a través de las redes sociales dan cuenta de absurdos y hasta inconcebibles comportamientos provocadores que incitan al peligroso virus para que emplee su mortal artillería y se pose y colonice las mucosas de su víctima.

Desde que comenzó la Pandemia hemos venido sabiendo y observando en Cartagena inverosímiles y hasta paradójicos comportamientos de insubordinación a la restricción de movilidad y al toque de queda por parte de establecimientos nocturnos, visitantes y hasta de nativos en diferentes sitios de la ciudad, pero en especial en el Centro Histórico y en las barriadas populares, pareciendo no importarles su salud ni su vida.

Pero lo que vimos en la recién Semana Santa con los abusos propiciados por la modelo Natalia París con su retumbante fiesta electrónica en las afueras de Cartagena se quedó en pañales frente a unos desadaptados jóvenes que en el camposanto de Turbaco y sin ningún elemento de bioseguridad celebraban al pie de las tumbas y bóvedas, y a punta de licor, estridente música, vulgares bailes, desnudos y hasta estupefacientes, probablemente, el acompañamiento de uno de sus compañeros a la última morada.

Pero no sólo son estos hechos locales los que suceden, porque al igual, supimos que en Bogotá la policía desbarató una llamada fiesta-Covid donde entre los protagonistas se encontraron a agentes uniformados libando licor y bailoteando.

Finalmente, ciudades como Cali, Barranquilla y Medellín, entre otras, que se suponían eran metrópolis con mayor cultura y educación ciudadana han demostrado con su desobediencia el poco amor y respeto por la vida y la de otros, como queriendo emular con su actuación a Sansón cuando dijo, “Muera yo con los filisteos”.