Por Neiver González Garizao
El miedo a la muerte propia o la de los seres cercanos es un tema que recorre, de manera trasversal, la historia humana. La seguridad que garantizaría la propia vida y la propiedad privada fue el fundamento de las teorías contractualistas desde Tomas Hobbes, pasando por John Locke, hasta Rousseau. Una de las cosas que dio paso a la conformación del estado, en estas teorías, fue el peligro impredecible que representa el otro, el temor de ser víctimas de la violencia del prójimo nos llevó a suscribir el contrato y conformar el estado. De esta manera las personas aceptan sustituir el miedo impredecible que representa el prójimo por uno previsible que encarna el estado (como el incumplimiento de las leyes).
En Colombia la seguridad nunca ha dejado de ser tema importante, puesto que nuestro país nunca ha dejado de ser un país inseguro; la inseguridad ha tejido nuestra historia como nación a través de los años, tanto así que fue la política principal de un gobierno (seguridad democrática). Sin embargo, mi propósito no es hablar de la inseguridad en general, sino de aquella que es consecuencia del crimen urbano en ciudades capitales de departamentos.
Cartagena con más de un millón de habitantes, según cifras del DANE, tiene un historial de inseguridad bastante alarmante, pero estas cifras no son superiores como para ponerla en los primeros lugares del ranking de las ciudades más inseguras del país. Según el último informe del programa Cartagena Cómo Vamos la tasa de hurtos bajó en Cartagena a causa del aislamiento obligatorio en el 2020, pero la tasa de homicidios aumentó un 15,09% ese mismo año en comparación con el 2019.
Según este mismo informe, desde que empezó el 2021 hasta el 30 de julio van 129 casos de homicidios equivalentes al 55,6% y 3.735 casos de hurto lo que equivale al 65% de casos en comparación con el 2020, estas cifras permiten prever un posible aumento de homicidios y hurtos este año en Cartagena. En relación a los datos subjetivos de percepción de la inseguridad en la ciudad, de 1.728 personas que respondieron la encuesta virtual #miVozmiCiudad, durante el mes de febrero del año en curso, el 57% de ellas siente insegura la ciudad.
Estas cifras y cálculos son útiles para los expertos y el desarrollo de políticas, si se analizan en conjunto con las de desempleo durante y después del aislamiento obligatorio en la ciudad. No obstante, a los ciudadanos de a pie, en su vida diaria no se les convence diciéndoles que según una ponderación tienen tantas probabilidades de morir y cuántas de ser víctima de hurtos, porque para ellos se trata simplemente de vivir o morir y que la vida es una e irrepetible.
Lo que sucede es que, a pesar de que existan otras causales de mortalidad, como el virus Covid-19 o los accidentes de tránsitos, no provocan las mismas reacciones sociales a pesar de su cantidad y los cálculos que se hacen sobre ellas. Según el Sociólogo e investigador argentino Gabriel Kessler, lo que lo que hace que algunas muertes sean más insoportables que otras y que generen mayor notoriedad de algunos problemas sociales son los juicios morales, la atribución de responsabilidades y huellas de temores pasados entre otras cosas.
La sensación de inseguridad es una percepción de las cosas que genera miedo, rabia e impotencia, y que parte de los datos objetivos o los casos delictivos que efectivamente se dan. Este sentimiento de inseguridad muchas veces no se corresponde con los datos objetivos que, aunque se mantengan las mismas cifras o que sean inferiores con relación a otras épocas, el hecho de que los hurtos se den en lugares que antes no sucedían, como el centro histórico, hace que la percepción de inseguridad aumente y se perciba incapaz al estado de mantener un margen aceptable del delito.
El miedo al crimen no solo modifica como se concibe la otredad, sino que también modifica la organización urbana, divide entre zonas seguras e inseguras y afecta de manera contundente la cohesión social. Los barrios que cuentan con guardias privados con dispositivos de vigilancia, como cámaras, recuerdan que la inseguridad se cierne sobre ellos. Este temor al crimen tiene como consecuencia, muchas veces, el aumento del armamentismo y las otras formas de crimen mal llamadas “justicia por mano propias”.
En resumen, Cartagena es una ciudad que se concibe insegura y que genera emociones como miedo, impotencia y rabia ante una situación de criminalidad urbana que tiene consecuencias indeseables en nuestra ciudad. Ante esta sensación el estado parece erosionarse y las personas tienden a proteger su vida y sus pertenecías de una manera que aumenta el riego social.
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