Por:  LEDYS DE ALBA MARMOLEJO

El propósito de este texto pretende valorar la importancia de la vida cotidiana en los procesos de formación a partir de la Historia en la Educación. Por supuesto, esta envergadura entra en complicidad con el currículo que sirve de inspiración en la práctica pedagógica del maestro y la formación de los educandos en el diseño de actividades, teniendo como base la cotidianidad. Se parte de la identificación de problemas cotidianos de los estudiantes a través de sus narrativas, representando aquí un papel importante la Historia visible en la reconstrucción de la memoria histórica para dar valor crítico a los testimonios orales y escritos. Por consiguiente, la mejor estrategia lo dispone el artículo 36 del decreto reglamentario 1860 de 1994 (de la Ley General de Educación) y la enseñanza prevista en el artículo 14 de la ley 115 de 1994, se cumplirá bajo la modalidad de proyectos pedagógicos, lo que hemos dado en llamar “cultura de lo cotidiano” partiendo de su enseñabilidad (Mora, R. et al. Formación y Problemáticas Sociales: Hacia la Construcción de Propuestas Curriculares Contextualizadas y Pertinentes. Ediciones Universidad Simón Bolívar, Barranquilla, 2017).

Esta interacción de La cotidianidad en la vida de los estudiantes se produce singularmente cuando la práctica pedagógica es contextualizada y pertinente. Es sabido, que ello procede del ejercicio de reflexión-acción que el docente hace frente a preguntas como: ¿qué enseñar desde la Historia? ¿Cómo enseñar a partir de la Historia? ¿Para qué enseñar a través de la Historia? ¿Cómo evaluar? En este trabajo, nos referiremos a la empatía pedagógica con lo histórico cotidiano, como esa pasión que el maestro “pone” en su ejercicio con sus estudiantes para crear y originar intereses y emociones acerca de aspectos trascendentales de la Historia. En efecto, los detalles de la “presentación” de lo cotidiano a partir de esta enseñanza, se convierten en confidentes en la estructuración y respuesta a las anteriores preguntas, que buscan develar esas significaciones en la escena escolar. En este intercambio, es lugar común reseñar lo establecido en la norma arriba citada, en cuanto hace énfasis al éxito o fracaso que puede tener el docente si no conecta su quehacer con las problemáticas de la vida cotidiana, como ese discernimiento de enseñar con base en problemas que favorezcan la formación integral (Mora, R.2017).

De esta forma el maestro buscará, en primer lugar, el mérito de su quehacer como artista de lo que enseña, su arte, y en segundo lugar, dar importancia a su práctica. Descansa aquí, la base de lo que él prueba a mostrar, como esa inmersión en la cultura de lo cotidiano. El educador en ese sumergirse, que es un goce estético, ético y placentero, hace uso de sus recursos, como el momento culminante de la empatía entre arte y cotidianidad. En este objetivo el docente toma materiales de esa cotidianidad para su ejercicio didáctico, circunscribiéndose a la posición de un observador pedagógico comprometido.

Con todo, este encuentro empático y simpático, es un verdadero placer en la educación, no como contenidos sin vida, sino como problemas vivientes, que ameritan aprendizajes pertinentes, es el máximo nivel de aspiración del educador, o lo que es igual, una constatación reveladora de la profundísima necesidad que demanda la formación integral: que esté directamente relacionada con la cotidianidad.

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