Por Tierra Grata
Al inicio de la pandemia, México fue uno de los pocos países de Latinoamérica que asoció el mal estado de salud de la población con la mala alimentación y lo presentó como una desventaja ante el COVID-19. Está comprobado que las comidas procesadas han provocado aumentos en enfermedades que nos exponen más al coronavirus. La diabetes es una de las mayores causas de muerte en la población mexicana y se ha convertido en una de las razones por la que las dimensiones de la pandemia han sido críticas.
En Colombia, el día anterior a nuestra nueva vida en el confinamiento lo pasabamos en los supermercados, aglomerados en muchedumbres que vaciaban las estanterías de los productos de consumo rápido. De acuerdo con un estudio realizado por Kantar, empresa global de consultorías e insights, durante la cuarentena nacional los colombianos priorizaron en sus compras productos como arroz, pasta, cereales, latas de carne, atún, granos, jugos y comestibles congelados antes que productos de aseo o higiene, como sucedió en otros países latinoamericanos.
Según la consultora Nielsen, este fenómeno se replica en gran medida en otras regiones de Latinoamérica: En Argentina, las ventas de postres congelados aumentaron un 860% y la carne en lata, el 198%. En Perú compraron un 405% más de pescado congelado y un 203% más de pescado enlatado. La salsa de tomates se vendió un 139% más en Brasil, y la carne congelada, 115% más. En casi todos los países encuestados los consumidores parecieron perder el interés por frutas y verduras y, en muchos casos, hasta disminuyeron su compra.
Resulta paradójico que estas compras ligadas al miedo puedan tener resultados muy diferentes a los buscados. Las comidas procesadas y ultraprocesadas tienen altas cantidades de azúcar, sal y aceites agregados, harinas refinadas, aditivos y nutrientes artificiales. También son responsables de obesidad y de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, hipertensión y cáncer, condiciones que aumentan la mortalidad ante la pandemia que se nos presenta.
En consecuencia, la falta de alimentos frescos debilita la inmunidad dejándonos más expuestos al virus. De acuerdo con la firma Raddar, en abril los hogares en Colombia gastaron un total de 54,6 billones de pesos, lo que representa una variación en términos corrientes de -1,82% y en términos reales de -5,15% en comparación con el mes anterior. El principal gasto se asocia a las canastas de alimentos para el hogar, que equivale a un 23,7%, y que son adquiridas mayoritariamente en supermercados y centrales de abastos.
Parece que, en el imaginario colectivo, los productos procesados y ultraprocesados, diseñados en laboratorios y fabricados en instalaciones industriales de última tecnología, tuvieran mejor sanitización que las frutas, hortalizas y verduras de las huertas de nuestros campesinos, y por ende brindaran mayor seguridad al momento de decidir qué comprar. Este pensamiento es equivoco. Raddar señala que los artículos de compras frecuentes que más crecieron en gasto real en abril fueron papeles de cocina, jabones, insecticidas, detergentes y blanqueadores, gas, limpiadores y desinfectantes. Esto denota una preocupación constante de los colombianos por mantener una alta higiene para evitar posibles contagios.
Sin embargo, debe recordarse que tanto las superficies de productos enlatados como las de vegetales pueden hospedar al virus, pero ambos tienen maneras sencillas de desinfectarse. En varios países de Latinoamérica, en las últimas semanas se han estado repartiendo mercados compuestos por frutas y verduras recién cosechadas; pero también incluyen productos de almacén sin agroquímicos.
La idea no es satanizar estos alimentos, sino encontrar un balance entre ellos y la producción campesina, a la que tanto le debemos en estos tiempos. En Bolívar, por citar un caso, los campesinos de la Alta Montaña de El Carmen de Bolívar donaron toneladas de yuca, ñame, mango y aguacate a centenares de familias vulnerables de Cartagena que vivían del rebusque y que por la emergencia no están recibiendo ingresos. Un esfuerzo por mitigar el hambre.
Tampoco hay que olvidar que este virus se produjo de manera similar a los patógenos zoonóticos que han surgido en las últimas décadas: por la acción humana que combina la degradación ambiental y la producción de carnes y derivados en granjas industriales en condiciones de hacinamiento.
Esta discusión va más allá de la elección de alimentos, se trata de la escogencia entre granjas industriales o campos regenerativos; entre monocultivos que terminan en productos que reproducen una y otra vez los mismos ingredientes enfermizos o entre huertas que ofrecen más diversidad de ingredientes para una alimentación saludable y culturalmente adecuada. Volvamos a optar por alimentos naturales, sustentables y frescos. Volvamos a optar por el campo.