“…el respeto al derecho ajeno, es la paz”, Benito Juárez.

Por Álvaro Morales de León

¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia, Catilina? fue una de las preguntas que el senador romano, Marco Tulio Cicerón, en los años sesenta antes de Cristo, le hizo en una de sus “Catilinarias” al perverso político y conspirador, también romano, Catilina.

Catilina, un fracasado, envidioso y peligroso político de esta época romana que se había hecho parte de la facción de los populares para esconder sus maldades y odios tras sus sucesivas derrotas en su aspiración a ser elegido como “cónsul”, es el mismo que pretendió destruir la República, incendiar a Roma y asesinar a Cicerón por haberlo desenmascarado ante el pueblo.

La historia de la humanidad, en cuanto a estas confrontaciones políticas, pareciera haberse detenido en el tiempo; y ser siempre las mismas, con los mismos arranques, obsesiones y pasiones desmedidas por la ostentación del poder; y así es como casi siempre hemos vivido en Colombia.

Sucede  actualmente; porque si alguna promesa ha cumplido a cabalidad el partido de gobierno en los dos años que lleva en el poder es la de “hacer trizas” los Acuerdos de Paz de la Habana, como así lo anunciaron de manera anticipada a través de la voz del recalcitrante y ultra conservador exministro Fernando Londoño Hoyos, el mismo que acaba de ser condenado de manera definitiva por la Corte Suprema de Justicia por haberse apropiado o haber adquirido de manera irregular unas acciones a la empresa Invercolsa que en su totalidad pertenecían a la Estatal Ecopetrol.

El propósito ha estado en pie, y el pasado sábado 26 de septiembre, durante la celebración de los cuatro años de la firma de dichos Acuerdos en la ciudad de Cartagena, volvieron a aflorar las malsanas pasiones de los que embargados por los odios y las raíces de amargura no declinan en su insistencia de volver a la guerra, como lo están logrando.

Pero el incansable propósito del gobierno actual por acabar con El Acuerdo, es un propósito que se inició con las objeciones a la Ley Estatutaria que creó la JEP, el Tribunal de Justicia Especial para la Paz, objeciones que afortunadamente no sólo “se hundieron” en el Parlamento, sino que final y definitivamente la Corte Constitucional le dio sepultura en mayo del 2019.

Los reparos de Duque y los cambios que pretendió hacerle a dicho Tribunal iban desde la modulación en materia de extradición de terceros, claridad en el modelo para la reparación a las víctimas por parte de los victimarios, y la práctica de pruebas para los trámites de extradición, entre otros, que debía estar sujeta a la aprobación del Comisionado de Paz.

Y mientras el Presidente todos los días, a partir de las 6 de la tarde, se da “baños de rosas” a través de las pantallas de televisión, hablando cual el más experto epidemiólogo o infectólogo, y disparando normas y decretos dizque para aliviar la crisis por causa de la Pandemia, el país, sí, el país se descuaderna por causa de la guerra en los campos y en las ciudades.

Pero para Duque, nada pasa. Las 64 masacres que hasta la fecha en que escribo esta nota han ocurrido en Colombia, sólo en lo que va del 2020, ya no son masacres, según Duque, porque para él son “homicidios colectivos”, desconociendo el conflicto armado y achacándole al narcotráfico las razones de las mismas.

Finalmente, y parafraseando lo que Cicerón le dijo a Catilina, bien podríamos decirle al Presidente: Duque, ¿Hasta cuándo las masacres? ¿Hasta cuándo los asesinatos?

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