Por Karen Guardo Bustamante

Los seres humanos somos en esencia seres sociales, por consiguiente, tenemos la necesidad de amar y ser amados, de generar lazos o vínculos con las personas y con nuestro medio o entorno, entendiendo esto, me nace un interrogante, ¿a qué nos referimos cuándo hablamos de amor?

Lo que denominamos o llamamos amor en nuestra sociedad es una de las muchas manifestaciones amorosas. La experiencia amorosa es universal; todas y todos podemos experimentarla, forma parte de nuestra condición humana. Pero la forma en que se vive o se materializa, lo que llamaríamos el vínculo amoroso, está muy relacionada a los valores socioculturales, que se aprenden –inconsciente y emocionalmente– a través de los agentes sociales tales como son: la familia, escuela, medios de comunicación entre otros, y también por cómo hemos establecido los primeros vínculos y cómo hemos vivido nuestra historia personal y configurado nuestro mundo censo-afectivo.

Así pues, cuando hablamos de amor, en muchas ocasiones nos estamos refiriendo a una forma limitada y condicionada de amor. Y no solo eso, también solemos pensar únicamente en la relación romántica, en el enamoramiento, en la pareja. En nuestra sociedad, el amor constituye –al menos teóricamente– la base de la estructura de la pareja.

La experiencia amorosa, cuando sucede o se origina, aparece de manera inesperada, suavemente o paso a paso, sin apenas percibirla, generando todo un cambio y movimiento en nuestra vida, un cambio cargado de energía, de vitalidad, vida, felicidad. Sin embargo, una cosa es vivir la experiencia de amor y otra, construir un vínculo y mantenerlo, porque, además de contar con la capacidad de amar, hay también que contar con la capacidad y el arte de convivir o vivir con.

Es importante saber que el amor es algo mucho más amplio que puede sentirse, manifestarse y expresarse se tenga o no pareja. Podríamos hablar de dos formas de vivir el amor: la experiencia de amor universal y el amor social (y personal). La experiencia amorosa no te la da una pareja, es una capacidad personal que tenemos y que se puede plasmar también, pero no solo, en una pareja. A esa capacidad amorosa es a lo que llamamos o conocemos como amor universal: una vivencia que experimentamos en situaciones concretas en que sentimos una conexión profunda con la humanidad, cuando nos percibimos vinculados con los seres humanos, con los animales, con la naturaleza…

Sentimos que hay algo que nos une; es una vivencia de amor incondicional. Esta es una capacidad que tiene cualquier ser humano, no importa su raza, sexo, religión, condición o discapacidad, edad. Todos y todas tenemos esa capacidad de amor y conexión, de sentirnos parte de algo: del universo, del cosmos, de la naturaleza, de la humanidad.

Cuando somos conscientes de ello, las personas no nos encontramos solas porque estamos conectadas, formamos “parte de”, sentimos el vínculo que nos une, la plenitud del amor que poseemos y podemos dar. Y a la vez que damos, recibimos. Dar y recibir amor genera placer, produce bienestar; por lo tanto, es una fuente de salud y favorece las relaciones de buen trato.

Ahora bien, como personas, y al margen de nuestras circunstancias, siempre podemos nutrirnos de la experiencia del amor universal creando proyectos de amor. Denominamos o

llamamos proyecto de amor a ese “acuerdo de buen trato” al que llegamos con nosotros mismos, con nuestras relaciones, con la vida, con la naturaleza. Es un compromiso personal.

Parte de la conciencia que tenemos sobre nuestra capacidad para crear y para vincularnos más armónicamente desde el bienestar y para el bienestar. Estos proyectos a veces son muy personales; en ocasiones son compartidos con otras personas, y otras veces son proyectos de amor que redundan directamente en la comunidad, en la naturaleza o en la sociedad.

Hemos de desarrollar el amor propio, tomar conciencia de que nuestra vida nos pertenece y queremos vivir bien: ese es el primer proyecto de amor, ser conscientes de cuanto valemos como seres humanos, de nuestros dones, habilidades, talentos, amarnos en nuestra individualidad y entender que somos agentes generadores de amor.

Ahora bien, en el ámbito social, los proyectos de amor pueden consistir, por ejemplo, en implicarse para poner en práctica otro tipo de valores ejemplo:

  • Frente a la disputa, la competencia, el individualismo o la jerarquía, proponer la igualdad con respeto a las diferencias, la complementariedad, el respeto a la individualidad sin ser individualistas sino cooperando y complementándonos con los demás, la ..

Seguramente, algunos de nuestros comportamientos sociales son proyectos de amor, aunque no estemos consciente de ello y creo que es importante denominarlos así para poder sentir la energía que ponemos en estos proyectos.

Pensemos, por ejemplo, cuando hay una catástrofe, una guerra, y vemos a personas que sufren, que se sienten impotentes, que tienen miedo. O quizás no lo vemos, simplemente lo intuimos. Y se desencadena en nuestro interior un impulso amoroso, un deseo de ayudar, proteger, cuidar a niños o niñas, mujeres, hombres, personas mayores a quienes no conocemos siquiera, un impulso de establecer contacto, ir en su ayuda o enviar ayuda por cualquier medio. Eso es un proyecto de amor.

Finalmente recordemos que como seres humanos somos diversos, es esta misma diversidad que nos hace auténticos y necesarios desde nuestros dones, habilidades, talentos, para transformar y consolidar una mejor sociedad, donde se generen espacios y oportunidades para el desarrollo en general de todos y todas, aportando de esta manera a la consolidación de una sociedad donde resaltemos el valor del amor, de la empatía, del respeto, de las personas como seres únicos, enfocarnos más allá de las condiciones, orientaciones, razas o credos, aprender a convivir con todos, pero principalmente amarnos de tal manera que aprendamos a convivir con nosotros mismos y a dar y recibir amor siendo conscientes de que todos somos valiosos y necesarios.