Por Carlos Miranda
A través de la historia se ha hecho recurrente la justificación de la pobreza bajo la premisa de una sociedad meritocrática, donde el esfuerzo, habilidades y talentos de las personas son los responsables del éxito individual. Y sí, a primera vista parece un discurso válido en la teoría; pero en la práctica y observando casos puntuales que suceden en Colombia, Latinoamérica y el resto del mundo, evidenciamos no solo que la meritocracia es un discurso motivacional, sino que la pobreza se hereda.
En el caso de los latinoamericanos, vivimos en el continente más desigual del mundo, con un Coeficiente Gini en 2012 de 52,0. Además, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la pobreza para la región en 2014 representaba un 28% de la población, es decir, 167 millones de pobres.
¿Por qué no dejan de serlo?
La pobreza está asociada a la vulnerabilidad de la población, o sea, la capacidad para enfrentar los riesgos a los que se exponen. Ahora bien, si sumamos desventajas tras desventaja, por ejemplo: monoparentalidad (presencia de un solo progenitor), precariedad en servicios públicos en la zona de vivienda, mala alimentación, entre otros; son una lista de inequidades, con respecto a miembros de familia pudientes, que ratifican la transmisión de la pobreza a las otras generaciones.
En una tesis de doctorado en economía de la Universidad de Buenos Aires, Laura Golovanevsky da a conocer un estudio en el que se muestra la relación entre el nivel de educación máximo alcanzado por padres e hijos de familia. Solo el 27,6% de los jóvenes provenientes de familias consideradas “pobres” logra terminar la secundaria o educación media.
Por otra parte, los ricos también mantienen su riqueza y ya deberíamos tener claro que no se debe a un esfuerzo mayor, sino a heredar los privilegios que te permiten seguir siéndolo. Ejemplo de ello tenemos a Florencia, una ciudad italiana en la que las familias ricas de hoy son las mismas de hace 594 años, esto según un estudio realizado por miembros de la Banca de Italia
Algunos se mantendrán en su postura de “el pobre es pobre porque quiere”, pero ¿qué dicen los números con respecto a Colombia? Un estudio realizado por el Foro Económico Mundial sobre el Índice Global de Movilidad Social, es decir, la rapidez en el ascenso de la escala socioeconómica entre generaciones, ubica al país en el puesto 65 de 82, solo superado en América del sur por Perú y Paraguay.
Ya para finalizar es necesario entender el papel del Estado en esta situación, dejar de verlo como un alma caritativa con un corazón filantrópico que debe ayudar a los pobres, a considerarlo un deber como Estado garante de derechos. Esto no quiere decir, como piensan muchos, querer las cosas gratis; sino exigir garantías en el uso de nuestros impuestos por parte de los gobernadores.