Por Ricardo Andrés Cano Andrade

Abogado e investigador colombiano

El panorama que exhibe la sociedad colombiana es desalentador. Las marchas de las que el país viene siendo espectador en los últimos días se cimientan más que en la falta de esperanza, en la evidente crisis social que lo único que genera en tiempos de pandemia es presión, desasosiego y tristeza… mucha tristeza.

Sin embargo, mis emociones no giran en torno al palpitar social que se mueve en redes sociales. Tampoco, me identifico con la frialdad inhumana del gobierno y sus simpatizantes. Me preocupa, en mayor medida, el plano de soluciones que se plantean para acabar con nuestra crisis, donde no existe un necesario abanico de propuestas para finalizar los problemas, y peor aún, ningún interés en generarlo. Y lo más increíble de todo esto… es que no me sorprende.

¿Qué me puede sorprender de una crisis social que se viene nutriendo desde antaño? Si bien es cierto, que el panorama político colombiano ha sido tocado de manera positiva por la protesta colombiana, todos los peldaños de justicia social que se disipan en las movilizaciones actuales, solo han sido un renovado florero de Llorente que sacan a relucir la principal causa de crisis institucional en nuestro país: el inexistente orden institucional y el desequilibrio de la fuerza en un plano de odio colectivo del pueblo hacia su fuerza publica y viceversa.

Todos somos responsables de esto: es tan desalentadora la muerte de los civiles en los últimos días, como la misma muerte de los uniformados en días pasados; es igual de impotente ver hospitales con protestantes heridos, como los oficiales lastimados. La brecha crece mientras creemos que la cerramos. A mis cortos e inexpertos 25 años no sé mucho de la vida, pero si algo he aprendido es que la desigualdad no se supera con quitar y dar por las malas; la desigualdad es un flagelo de la discriminación, que requiere soluciones estructurales pues parte de la separación, la categorización y el señalamiento. Tiene su génesis en el “ellos y nosotros”.

Lo interesante de todo esto, es que, en la recepción de un hospital, la cédula solo refiere una similitud propia: la misma nacionalidad, una sola humanidad, una persona que pertenece a nuestro colectivo. Somos colombianos y nos estamos matando entre nosotros.

Algunos dirán: ¡NO SOMOS COMO ELLOS!

Pero… ¿Quiénes son ellos? ¿Acaso a ellos también no los esperan en casa para cenar? ¿Acaso no padecen los mismos problemas que nosotros? ¿Acaso no dependen de lo mismo que tú? ¿Somos mejores que “ellos”?

Esta reflexión va en doble vía… ¡fuerza protejan a nuestro pueblo, pueblo protejan a nuestra fuerza! Desde pequeño siempre percibí la disparidad: no hay respeto por el uniformado, a quien se le concibe como un ser violento y desmedido. Desde hace años no confiamos en nuestras instituciones de orden y fuerza pública; desde hace años la fuerza publica no respeta nuestra ciudadanía.

No soy nadie para decir cómo hacer las cosas, pero sí un simple preguntón de aula que cuestiono ¿a dónde va a llegar todo esto?

Si me permiten decirlo considero que el peor de nuestros males es el monstruo al que hay que afrontar. Donde no existe orden hay que procurarlo, por lo que el PARO NACIONAL debe presentar un pliego propositivo donde reposen unas mesas de trabajo para afrontar nuestra crisis, y el gobierno debe incentivar el espacio para el dialogo y la reconciliación.

Soy un hombre de institución. No creo en el arder y quemar todo para rehacer; creo en el derribar, arreglar y reconstruir. ¿El punto de partida? Pues, en mi opinión no son las reformas de Salud, ni reformas tributarias, ni reformas de gobierno… necesitamos una REFORMA DE LA FUERZA PUBLICA.

Necesitamos creer en nuestros oficiales, necesitamos recuperar el respeto por la institución, necesitamos recuperar el afecto por la bandera y nuestra patria, necesitamos reconciliarnos entre nosotros mismos… aunque esto es lo de siempre. Partamos por colocar un orden que no existe, por incentivar una nueva Fuerza, por se lo que nunca hemos sido: ni ellos ni nosotros… TODOS, UNA SOLA COLOMBIA.

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