La llegada del Covid-19 a Colombia en los ojos de una adolescente

Luego de un cansado día de clases en la sede San Agustín de la Universidad de Cartagena, caminaba las calles rocosas del centro histórico junto a Maira, bajo el sol penetrante de un 12 de marzo en dirección a la estación de transporte. Dejábamos atrás la universidad y caminábamos por la acera derecha de la Calle del Porvenir, fue entonces cuando percibí el fogoso miedo de Maira al tacto con los objetos y sus constantes huidas a los turistas. Su actitud me extrañó, pues siempre ha sido una mujer interesante de observar, pero ese día parecía tener algo más que un cielo despejado y sorprendentemente azul.

Seguimos nuestro rumbo con paso rápido y de una acera a otra debido a las leves quemaduras que nos ocasionaba los rayos del sol, cuando dio un pequeño grito acompañado de pasos largos y puños tensionados que estuvieron a poco de hacerme caer. Pasmada volteo a mi izquierda en búsqueda del espantoso motivo, y solo encuentro una pareja de turistas asiáticos que caminaban lentamente en dirección a nosotras, mientras disfrutaban de los balcones de la ciudad a través de sus lentes oscuros.

«¿Maira, qué te pasa? Solo son asiáticos», mencioné mirándola y con tono molesto. En su lugar, Maira me respondió con ojos saltones y un largo «¿Quééééé?» Y me preguntó mientras nos alejabamos con afán de la pareja, «¿No sabes que hay una enfermedad que viene de china y es mortal?» Siguió explicándome, «Al parecer se tomaron una sopa de murciélagos y eso ocasionó todo». La noticia me deja fría y confundida, lo que me hace preguntar «¿Ellos comen murciélago? Ay! No te creo». Maira, sin pronunciar palabra, levanta levemente sus hombros al tiempo que arquea sus cejas.

Andamos en silencio, y ahora ante nosotras estaba el Parque Bolívar con su imponente presencia. Entorno a la estatua de Simón Bolívar las bandadas llegaban y se iban; los lustradores de zapatos esperaban clientes; las carretillas que transportaban jugos y frutas, se postraban estratégicamente en las entradas de aquel parque junto a sus dueños; mientras, ancianos y jóvenes se disponían a disfrutar de la poderosa brisa que traía el mar, unos medio dormidos y otros en medio de discusiones armónicas. Sin embargo, tal espectáculo terminó cuando escuché un «Ay! Noo!» Con la voz de mi compañera. Maira solo veía personas posiblemente enfermas.

Lustrador del Paque Bolívar lustrado sus propios zapatos, antes de declarada la cuarentena. Por: Mailing Castro Harris.

La noticia de un virus mortal proveniente de China y más exactamente de un murciélago, o de la sopa de este, era noticia mundial; sin embargo, yo no tenía conocimiento de aquello y el comportamiento de mi amiga, que para mí era paranoico, me ocasionaba una risa de la que ella no tuvo miedo de contagiarse. «Estás loca», le dije y juntas reímos a carcajadas.

 

Dos sillas de distancia

Ya habíamos llegado a la estación Bodeguita, y en soledad esperábamos la ruta C101 bajo la sombra de un pequeño árbol. Cuando llegó el transporte Maira me advirtió que no tocara nada, y aprovechando que el vagón se encontraba prácticamente vacío, me dirigió hasta las últimas sillas y dejó entre nosotras dos asientos de distancia, sacó un pequeño pañuelo de su bolso y lo situó en el asiento izquierdo contiguo para posar su mano. Mi comportamiento también era extraño para ese entonces, pues no entendía lo que veía; mas no objetaba.

Mano de Maira posada en el asiento contiguo. Por: Mailing Castro Harris.

«Ya hay estudios», mencionó. «El virus dura muchísimo tiempo en la ropa, en el suelo, incluso en el hierro. Muchas personas pueden tocar esa superficie sin saber que están adquiriendo el virus». Para cuando culminó su intervención, la risa que algún momento nos envolvió se había dispersado y el miedo había logrado penetrar mi cuerpo. No había notado que caminaba las calles rocosas del centro de la ciudad vestida de inocencia, que había interactuando con tantos objetos y personas o que posiblemente el virus estaba en mi organismo, hasta esa tarde que Maira me hizo despertar.

 

El caos

Al llegar a casa me dirijo inmediatamente al baño para lavar mis manos como lo había sugerido mi compañera, y escucho que en la tele informan que el Ministerio de Salud y Protección Social, mediante la resolución N° 385 de 2020, había declarado emergencia sanitaria a causa del Covid-19 y había señalado lineamientos y responsabilidades. Esto justificó el constante miedo que tenía mi amiga a todo ser y a su contacto con él, y me hizo agradecer en silencio la forma en la que me cuidó, como pudo, de un monstruo invisible.

 

«Algo muy grave ya está sucediendo. El pánico colectivo se está apoderando de todo, como en aquel cuento de García Márquez»: Susana Vásquez.

 

De acuerdo a esto, el lunes 16 de marzo se suspendieron las clases presenciales en la Universidad de Cartagena tras la negación de estudiantes y directivos, debido al peligro que el virus significaba para todos. Para ese entonces, se empezaba a sentir el pánico e incertidumbre entre la multitud que comenzaba a conocer los primeros posibles casos de Covid en el país; incluso la situación en Cartagena empeoró al saber que el primer posible caso era cartagenero.

Las teorías conspirativas inundaban las redes sociales, y la desinformación se difundía con rapidez en plataformas como WhatsApp. La tan anhelada cura se esperaba encontrar en un pedazo de cabello dentro de una biblia, en medicamentos para la tos o el corazón, y en las propiedades de una planta; incluso, para los más creyentes, los daños eran irreparables y la venida de Dios estaba cerca. El climax de la historia parecía un nudo que nadie podía desatar.

Eran múltiples los mensajes y pronósticos que llegaban al chat del semestre; sin embargo, todos coincidían en que se generaría un caos generalizado en el país. «Algo muy grave ya está sucediendo. El pánico colectivo se está apoderando de todo, como en aquel cuento de García Márquez», mencionó Susana Vásquez, estudiante de comunicación social de la Universidad de Cartagena, haciendo referencia al cuento «Algo muy grave va a suceder en este pueblo» del Nobel de literatura.

 

Virus de incredulidad

Para la llegada del Covid-19, yo cursaba tercer semestre de Comunicación Social en la Universidad de Cartagena. La cuarentena y el aislamiento fue un golpe bajo para la antigua cotidianidad a la que se estaba acostumbrado; y para nosotros, los estudiantes, la situación no difería. Pues, el brusco cambio sumado a nuevas metodología que no funcionaban -y no funcionan- para muchos, trajo consigo afectaciones psicológicas y económicas que nos desplomaron en el ring.

 

la ciudad parece estar padeciendo de otro virus de incredulidad y desinterés.

 

Ahora curso cuarto semestre y recuerdo con claridad la primera vez que escuché del Coronavirus, también de sus muertos y del dolor de mi gente cartagenera. Ahora, aunque todos escucharon por primera vez de él, de sus muertos y del dolor de su gente, la ciudad parece estar padeciendo de otro virus de incredulidad y desinterés, que amenaza con volcarnos nuevamente en la tan empinada curva de contagio en la que alguna vez estuvimos.

Si bien ‘los tiempos no son los mismos’, no estamos en cuarentena, y los estudios científicos alrededor del Covid-19 llegaron al punto de encontrar una vacuna con alto porcentaje de efectividad; la capacidad hospitalaria en algunas ciudades del país, como Cartagena, están en riesgo de un colapso y las causas de muertes por Coronavirus siguen vigentes. Se acabó la cuarentena y llegó el aislamiento preventivo selectivo, lo que no se ha ido es el virus y aquello que tampoco llega a nuestras manos es la cura.

 

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